[Versió catalana]


Óscar Guayabero

oscar@guayabero.net



Las bibliotecas siempre han sido para mí espacios sugerentes. Quizás porque ver gente leyendo o estudiando tiene algo de íntimo, privado. Siempre recordaré la escena de la película de Wim Wenders El cielo sobre Berlín con los ángeles descansando en la magnífica Biblioteca Nacional de Berlín, obra del arquitecto alemán Hans Scharoun. Quizá por eso, siempre me las imagino como espacios diáfanos y luminosos. Creo que hemos superado el modelo clásico de edificios laberínticos y recargados, al estilo de la biblioteca secreta de El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Nuestras bibliotecas públicas, con la excepción de la Biblioteca de Catalunya en el antiguo Hospital de la Santa Creu de Barcelona, pertenecen al modelo "berlinés" y no es por casualidad.

Este año se cumple el límite del conocido Plan de Bibliotecas 1998-2010. Este Plan ha sido la hoja de ruta de la creación y gestión de los centros bibliográficos de nuestra ciudad a lo largo de doce años. Durante este tiempo, ha habido, como en todo plan de larga duración, luces y sombras, pero ciertamente se ha redibujado el mapa del acceso de los ciudadanos al conocimiento. Mucho se ha escrito sobre el Plan y hay análisis serios realizados desde la visión del bibliotecario, como el de Marta Cano y Enrique Vilagrosa.1 Sin embargo, y al margen de estas críticas necesarias para mejorar, el Plan ha dejado en la ciudad un buen número de nuevos edificios, nuevos espacios urbanos, nuevos núcleos de socialización. También rehabilitaciones de antiguos edificios para nuevos usos y creación de centros híbridos y multifuncionales. Todo ello es una de las actuaciones más importantes de obra pública, junto con los centros de asistencia primaria y los centros de enseñanza. Quizá estas tres patas son lo que sustenta el modelo de construcción pública de una ciudad. Vale la pena analizar qué resultados ha generado esta actuación.

Barcelona ha sido conocida internacionalmente por su urbanismo, el llamado modelo Barcelona, y quizás las acciones más destacables hayan sido la recuperación del litoral, las operaciones en torno a los Juegos Olímpicos y la remodelación de Ciutat Vella, el núcleo antiguo de la ciudad. El arquitecto Oriol Bohigas, artífice del primer período del modelo Barcelona, ha repetido en varias ocasiones que el suyo era un urbanismo que iba del detalle al conjunto. Lo que Jaime Lerner llama acupuntura urbana, es decir: "Si rehabilito la fachada, cambio el edificio. Si cambio el edificio, cambio la plaza que lo rodea. Si mejoro la plaza, cambio el barrio al que pertenece. Si cambio el barrio, rehago la ciudad". Sobre este modelo se entenderá la importancia capital que tiene para la ciudad la creación de más de una veintena de nuevos centros destinados a ser bibliotecas.

Tal vez como en ninguna otra área, las bibliotecas, las escuelas y los CAP (centros médicos de asistencia primaria) han sido estandarte de una manera de hacer que se fue cocinando en la última fase de la dictadura y estalló con el logro de las instituciones democráticas. De hecho, se podría decir que la arquitectura de los últimos treinta años del siglo xx fue en Barcelona una manera de establecer un vínculo con el movimiento moderno iniciado por el GATCPAC y truncado con los cuarenta años de franquismo. Quizá por eso la posmodernidad ha pasado de puntillas por nuestra ciudad, con excepciones como los componentes del estudio PER, con Óscar Tusquets como miembro destacado, y algunos trabajos de Ricardo Bofill. Por lo tanto, para entender la arquitectura de bibliotecas del Plan debemos entender que se genera desde los parámetros de la modernidad. Es decir, una arquitectura que cree que puede cambiar y mejorar la sociedad con su acción, una arquitectura performática, que cree en la forma para transformar el entorno. La ausencia de elementos ornamentales, historiados y decorativos se debe a esta misma tradición de austeridad moderna.

A todo ello se añade un espíritu local que enlaza también con arquitectos como Josep Lluís Sert, miembro del GATCPAC, que se caracterizaba por un interés especial en adaptar el racionalismo a las posibilidades constructivas locales, la climatología, los materiales disponibles, etc. Quizá como caso paradigmático de esta manera de hacer tenemos el trabajo de Josep Llinàs, autor de tres bibliotecas de la ciudad: Fort Pienc, Vila de Gràcia y Jaume Fuster. Llinàs ha desarrollado, desde el inicio, una arquitectura claramente moderna pero con una apuesta por encontrar en las necesidades, los condicionantes y los caracteres locales no dificultades del proyecto, sino argumentos para dotar sus trabajos de identidad y de sentido. Por ejemplo, en la Biblioteca de la Vila de Gràcia, la esquina se ajusta a la cota de la acera, pero crea sin embargo un cierto voladizo para ganar metros cuadrados. Al mismo tiempo orienta las ventanas para conseguir una buena iluminación. Y la Biblioteca Jaume Fuster genera un tejado continuo que guarece el edificio y al mismo tiempo crea a su alrededor un espacio protegido del sol y de la lluvia para los usuarios.

Durante unos días he ido un poco por todas partes, visitando algunas de las bibliotecas públicas de la ciudad. Desde Ciutat Meridiana, con la novísima e interesante Biblioteca Zona Norte de Rafael Perera i Leoz, hasta Sant Gervasi, donde se hizo la remodelación del Museo Clarà para convertirlo en biblioteca. En Bon Pastor la biblioteca hace una función básica y sus usuarios lo aprecian. En el barrio de la Sagrera el arquitecto Javier Sanz Rodríguez ha hecho un trabajo exquisito en unos bajos de un bloque de viviendas. En el parque Central de Nou Barris la gente tomaba el fresco con sus ordenadores portátiles junto a la biblioteca, que está equipada con Wi-Fi. Y un poco más arriba, junto a la plaza de Karl Marx, la arquitectura de la Biblioteca Canyelles pide ayuda urgente. Me he tomado un café en el bar de la Biblioteca Juan Marsé con la ciudad a mis pies y me he distraído viendo jugar a la petanca detrás de la Biblioteca Mercè Rodoreda. Y he ido a la Zona Franca para ver cómo una antigua nave industrial es ahora la Biblioteca Francesc Candel. Y así, un montón de equipamientos. Los interiores son bastante similares. El mobiliario, la distribución y los servicios son, más o menos, los mismos. Sin embargo, me ha sorprendido que, al margen de los apartados generales, algunas bibliotecas tengan fondos especializados en temáticas concretas. Lo desconocía y creo que no soy un caso aislado. Quizás habría que explicarlo mejor a los posibles usuarios.

En todo caso, para conocer mejor cómo nació este Plan y qué importancia ha tenido la arquitectura, era conveniente hablar con Oriol Bohigas, y así lo hice. Me recibió en su despacho y hablamos de los inicios, cuando él era concejal de Cultura del Ayuntamiento. "Con Jordi Coca iniciamos un trabajo muy modesto, al principio, pero intentamos asentar unos parámetros estándares que cualquier biblioteca debía cumplir para ser funcional. Metros cuadrados, capacidad de público, accesibilidad, etc. Al mismo tiempo decidimos hacer una distribución territorial, un centro grande por distrito y uno más pequeño para cada uno de los barrios." Esta fue la base con que se trabajó después y que Ferran Mascarell utilizó para redactar y gestionar el Plan de Bibliotecas 1998-2010.

"Intentamos hacer algunas bibliotecas piloto, ya fuera aprovechando estructuras existentes, porque teníamos muy poco presupuesto, o creando alguna nueva que sirviera de modelo." Una de las primeras fue la del parque del Escorxador [Biblioteca Joan Miró]." Sí. Aquí pudimos probar algunas cosas para ver si funcionaban. Algunos nos decían que sólo serían salas de estudio, pero finalmente creo que son mucho más que eso. De hecho, incluso si sólo fueran lugares donde la gente va a estudiar, estarían amortizadas. ¡Qué placer, poder crear un lugar donde la gente va a aprender cosas, por su cuenta, sin que nadie le haya obligado!" Le explico que cuando vivía en el Raval veía como muchos niños y jóvenes iban a las bibliotecas porque en su casa, literalmente, no había espacio para estudiar y me dice que aquí la arquitectura tiene una función social más allá de la cultura.

Le pregunto si hay algún rasgo común en las diferentes bibliotecas que se han ido haciendo estos años. Me responde que a pesar de que no las conoce todas, y con las excepciones de Josep Llinàs y Enric Miralles, hay una constante búsqueda de una cierta discreción formal. "Que, de hecho, forma parte del talante de nuestros arquitectos", añade. Cuando habla de Enric Miralles, Bohigas se refiere a la Biblioteca de Palafolls, que este arquitecto diseñó poco antes de morir. Le recuerdo la Biblioteca Joan Oliver del estudio RCR: "No estoy seguro de que sea adecuada, parece que se ha invertido mucho esfuerzo en llamar la atención. Pero tampoco la conozco en profundidad."

Coincidimos en que ahora que se acaba el Plan es un buen momento para ver qué ha dado de sí y en qué medida los nuevos equipamientos se adaptan a las nuevas necesidades. En 1998 Internet era casi un exotismo. Ahora es una realidad cotidiana y del papel que tomen los libros y la lectura ante este cambio dependerá la configuración de las nuevas bibliotecas. Y termina diciendo: "Yo siempre digo que no estaré tranquilo como ciudadano hasta que la gente no salga a la calle para pedir bibliotecas en lugar de más sueldo". Le digo que los vecinos del Clot sí lo han hecho y que han conseguido que el Ayuntamiento les haga una biblioteca pendiente desde hacía años, justo en el edificio del Disseny Hub Barcelona (DHUB), que es un proyecto del mismo Bohigas: "A mí me parece muy bien. Lo que tenemos que mirar es que tenga las condiciones adecuadas y no suponga un problema para la gente que trabaja en el DHUB". Comentamos que la hibridación de usos como en este caso o en otros, como en la Biblioteca de Sagrada Familia y en la de Fort Pienc, es una buena fórmula para crear sinergias culturales.

Justamente, Fort Pienc es un caso que me gustaría analizar. En un espacio común, conviven un supermercado, un centro de día para personas mayores, una escuela, una biblioteca y un centro cívico. Me pregunto qué ofrece un conjunto tan singular y decido pasar una tarde dando vueltas por allí. Más allá de ofrecer imágenes como una señora con la bolsa de la compra repasando el diario en la biblioteca o unos jóvenes haciendo cabezudos junto a los abuelos que toman el sol, lo que descubro es un intangible pero de fácil detección: Fort Pienc genera ciudad, en el sentido de polis, es decir, de espacio de convivencia. Y también de ágora, de plaza pública y mercado. Con la aportación, nunca suficientemente valorada, de las terrazas de los bares cercanos, es un punto de centralidad de barrio que reúne muy diversas actividades. Pienso que este es un modelo a explorar con más profundidad y también a mejorar, sobre todo con respecto a la porosidad del edificio. Creo que se podría hacer entrar más la calle en la biblioteca y sacar más los libros a la calle, arquitectónicamente hablando.

A raíz de la conversación con Bohigas tengo dudas sobre si una biblioteca debe ser un edificio discreto. Pienso en la Bibliothèque Nationale de France, de Dominique Perrault, en la Seattle Central Library, de Rem Koolhaas, en la ampliación de la Kongelige bibliotek de Copenhague –la llaman "el diamante negro"–, de Schmidt, Hammer y Lassen; en la Hachioji Library en la Tama Art University, de Toyo Ito, o en la Biblioteca de España en Medellín, de Giancarlo Mazzanti. Todas son bibliotecas más o menos recientes y todas tienen una iconicidad notable. Ahora que parece acabado el ciclo de los arquitectos estrella y de la arquitectura icónica, me pregunto si una biblioteca no debe ser un punto de referencia para los ciudadanos aunque no la hayan visitada, como un referente que la cultura y el conocimiento son al alcance de la mano si se desea. Que conste que no me interesan nada los arquitectos estrella y sus proyectos "marca". Creo que han deteriorado la arquitectura y los lugares donde han trabajado. Sin embargo, ahora que parece que el proyecto de la biblioteca estatal de la estación de França se pone en marcha y que nos dicen que será "la más grande de España", no puedo dejar de pensar cómo sería nuestra ciudad si los edificios icónicos fueran bibliotecas públicas que emitieran señales de cultura contemporánea, y no torres para demostrar el poder de las corporaciones y hoteles de lujo para deslumbrar a los turistas.




Notas

1 Cano, Marta; Vilagrosa, Enric (1999). "Anàlisi del Pla de Biblioteques de Barcelona 1998-2010". Item: revista de biblioteconomia i documentació, núm. 24, p. 61–89. <http://www.raco.cat/index.php/Item/article/view/22537/22371>. [Consulta: 15/10/2010].