Número 34 (junio 2015)

Datos, información, conocimiento: ¿sabiduría?

 

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Julià Minguillón

Profesor
Estudis d'Informàtica, Multimèdia i Telecomunicació
Universitat Oberta de Catalunya

 

 

Vivimos en la sociedad de la información y el conocimiento, donde lo intangible tiene más valor que lo tangible. Actualmente parece ser más importante conocer el uso o consumo de un producto o servicio que su propio proceso de concepción y creación. Información y conocimiento, eslabones intermedios de camino a una sabiduría aún no alcanzada, son productos refinados del elemento básico que los habilita, los datos. Desde la aparición de Internet a mediados de los años noventa, la capacidad de generar, procesar y compartir datos ha ido creciendo exponencialmente, se ha multiplicado por mil cada pocos años y ha obligado a adoptar nuevos prefijos (mega-, giga-, tera-, etc.) que reduzcan las cifras a cantidades razonables. Tanto la Administración y las grandes corporaciones multinacionales como los usuarios finales son productores de una cantidad ingente de datos, en formatos múltiples, a una velocidad que en ocasiones roza el tiempo real. Los tres ejes que describen el concepto de big data (las tres v: volumen, variedad y velocidad) son las dimensiones de un cubo que crece a un ritmo tal que deja las cifras anteriores en simples anécdotas. Por poner un ejemplo, en un minuto se envían más de 350.000 tuits, se realizan casi 2.500.000 consultas a Google y se envían más de 140.000.000 mensajes electrónicos (datos consultados en www.internetlivestats.com).

La principal razón es que el mundo es digital, cada vez más. Sectores tradicionales con formatos físicos (la prensa con el papel, la industria musical con el vinilo o el disco compacto, la fotografía con el carrete fotográfico, el sector bancario con el dinero en billetes y monedas, etc.) se ven abocados a un cambio de modelo cuando los usuarios abandonan masivamente estos formatos por otros más cómodos y económicos, basados en la digitalización masiva de productos y servicios. Esta digitalización conlleva asociado un registro de la huella dejada, en forma de datos que están ahí esperando a ser analizados y convertidos, primero, en información útil, dotándolos de un contexto, y, después, en conocimiento, comparándolos con otros previamente adquiridos. "Data is the new oil", decía Clive Humby, como un nuevo producto con un valor intrínseco muy elevado que puede ser refinado para extraer conocimiento aún más valioso. "Data is the new soil", corregía David McCandless, quien veía en los datos una oportunidad para las personas, para contar (sus) historias. Esta dicotomía, datos por y para la industria y los usuarios, ha generado oportunidades de negocio y, al mismo tiempo, tensiones entre productores y consumidores de datos.

En este escenario de datos masivos en el que intervienen diferentes actores (usuarios, servicios y recursos) resulta especialmente interesante la interacción que se produce entre ellos. Por ejemplo, compradores de libros en una tienda en línea que se aprovechan de sistemas de recomendación que utilizan el conocimiento adquirido tras analizar cientos de miles o millones de compras anteriores. Cuando un sistema de recomendación acierta con una propuesta y nos parece "sabio", ¿no es de temer también que sea tan fácil predecir nuestras decisiones? Como usuarios de estos sistemas, ¿hasta qué punto no somos más que una simple colección de datos que nos representa? ¿De quién son esos datos? ¿Quién los custodia y para que los utiliza? George Orwell imaginó en su novela 1984 un futuro distópico con una administración omnipresente y vigilante, temerosa de sus ciudadanos. ¿Qué hubiera pensado el autor de la cantidad de datos hoy disponibles en manos no solo de la Administración sino también de empresas y corporaciones? Este hecho resulta aún más sorprendente si tenemos en cuenta que muchos usuarios, de forma voluntaria, generan, recogen y comparten datos de diferentes aspectos de su vida privada, académica y profesional. La aparición de la web 2.0 en la primera década del siglo xxi, que permitió a todos los usuarios de Internet convertirse en productores de información, no tan solo consumidores, ha provocado un cambio de paradigma en la comunicación entre personas, cualquiera de ellas puede llegar, virtualmente, al resto de la humanidad (conectada, por supuesto). Redes sociales como Twitter i Facebook, pero también LinkedIn o Instagram, han cambiado la manera de compartir información hasta ahora reservada al ámbito privado. Los hábitos de los usuarios de dichas redes sociales permiten a estas y a terceros observar, analizar y extraer patrones de conducta que pueden ser usados para ofrecer servicios y productos personalizados, lo cual pone en cuestión los límites de la privacidad de los usuarios.

Pero no son solamente los usuarios los que generan datos interesantes. Actualmente, está de moda plantear cualquier producto como una pieza más de un puzle gigantesco con vida propia, la llamada Internet de las cosas. Utilizando sensores, emisores identificadores de radiofrecuencia y otras tecnologías similares es posible establecer conexiones (entre "cosas") impensables hace unos años. Por ejemplo ¿para qué instalar sensores de tráfico, si analizando los patrones de conexión de los teléfonos móviles de los conductores que usan el GPS integrado ya puede calcularse perfectamente la fluidez de un tramo de vía? O, por ejemplo, en un supermercado, ¿qué productos son los más comprados, y en qué cantidades y combinaciones? Este conocimiento puede permitir a un supermercado optimizar espacios y crear ofertas más atractivas para sus clientes, agrupando productos por su comodidad y, al mismo tiempo, introduciendo nuevos productos que se desea promocionar.

La capacidad tecnológica actual, que permite comunicarse instantáneamente desde cualquier lugar, ha proporcionado mecanismos a los ciudadanos para superar las limitaciones impuestas por la inercia de las instituciones y la Administración o la desconfianza y el secretismo de las empresas. Por lo tanto, es importante plantearse cuestiones alrededor de cada una de las fases del ciclo de vida de los datos: su generación, captura, almacenamiento, preprocesado, análisis, visualización y publicación, teniendo en cuenta no solamente los aspectos tecnológicos sino también los organizativos, así como los legales y, aún más importante, los éticos. ¿Qué son los datos?, ¿dónde se generan?, ¿cómo se gestionan?, ¿quién los controla?, ¿para qué usos se emplean?, ¿cuándo dejan de tener valor?, etc. son preguntas que todo ciudadano digital debería plantearse, tanto por un sentido de responsabilidad propia como por el bien procomún.

Las posibilidades que ofrece el paradigma big data, tanto para los ciudadanos como para la sociedad en general, son infinitas. Utilizarlas en un sentido u otro determinará, como en muchos casos parecidos, el grado de equilibrio entre los usuarios individuales y la sociedad que conforman. La perseguida sabiduría en esta progresión de datos, información y conocimiento solamente se alcanzará cuando dicho equilibrio sea estable y beneficioso para todos los actores implicados, cada uno de ellos a su escala y de acuerdo con sus objetivos, persiguiendo el bien común.

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