[Versió catalana]


Diego Navarro

Departamento de Biblioteconomía y Documentación
Universidad Carlos III de Madrid

dnavarro@bib.uc3m.es



Resumen [Resum] [Abstract]

Objetivos. Profundizar en el concepto de contexto de producción de documentos de archivo paralelamente al de destrucción. El ámbito de estudio se centra en el registro documental principalmente privado desde los siglos xvi en adelante. Un segundo objetivo es identificar cómo los conjuntos archivísticos promueven diversas estrategias de conservación y de identidad social por vía de escritura y archivo.

Metodología. Se propone una visión integradora desde la Archivística pero también desde la Historia Social de la Cultura Escrita con objeto de identificar los espacios, tiempos, modos, prácticas, resultados y representaciones de la producción y la eliminación de testimonios archivísticos.

Resultados. La comparación de múltiples ámbitos en los que la escritura personal del sentimiento se hizo evidente, permite enriquecer notablemente el discurso del llamado contexto archivístico, incidiendo en múltiples aspectos y detalles que amplían las circunstancias en las que escribir y registrar el dominio privado (sentimental y administrativo) se prolongaron durante siglos.


1 Memorias escritas, identidades archivadas

¿Elegimos nuestros espacios de archivo? ¿Construimos estrategias de memoria e identidad, personal o colectiva, en virtud de los espacios asignados a los archivos? ¿Acumulamos o archivamos? ¿Es preciso ocupar espacio en la nube digital? ¿Se puede comprender el término archivo sin aludir a un espacio, a un lugar físico o lógico que acota una agrupación de información, un espacio público o privado, cargado de múltiples significados, no siempre positivos? ¿Cuáles son las circunstancias, el entorno, los detalles y aún la predisposición para convertir el recuerdo y la memoria personal en un resultado documental que interese por igual, aunque para fines diferentes pero complementarios, a historiadores de la cultura escrita y a profesionales de archivo? Llegar a respuestas satisfactorias requiere haber recorrido un camino prolongado en el tiempo. Un tiempo amplio, en el que las prácticas, los resultados y las formulaciones de la llamada "memoria documentada" por vía de archivo y escritura fueron configurando un contexto de producción, uso y, llegado el caso, eliminación.

En estas páginas planteo reflexionar, acaso de manera impresionista y genérica, sobre estas cuestiones con un objetivo claro: contribuir a ampliar el concepto de contexto de producción de los documentos de archivo a través de una vinculación eficiente entre archivística e historia social de la cultura escrita. Vuelvo, por tanto, sobre algunas ideas esbozadas en algunos trabajos anteriores (Navarro Bonilla, 2003; 2011). Guiados por la definición de contexto archivístico, se trata de "Identificar el productor o los productores de la unidad de descripción. Consignar el nombre de la(s) entidad(es) o persona(s) física(s) responsables de la producción, acumulación y conservación de los documentos de la unidad de descripción". Tanto en aquel texto como en esta nueva revisión, mantengo la visión de que:

El contexto de la producción de documentos de archivo se centra especialmente en el entorno de la producción doméstica, familiar y personal de una categoría de documentos muy particular, nacidos de la expresión del sentimiento por escrito. Afirmo que el contexto es un sistema: de elementos (tipologías documentales) que interaccionan en un espacio y en un tiempo para alcanzar un fin (constancia de hechos y conservación por razones prácticas pero también sentimentales, especialmente en nuestro propio espacio de archivo privado). Un contexto que viene definido por aquellas condiciones de espacio físico y de tiempo de escritura bajo las cuales hombres y mujeres se convierten en productores y receptores de documentos, creados con unas motivaciones de naturaleza práctica o utilitaria (naturaleza involuntaria del archivo) o de impulso afectivo que les lleva a hacer del propio acto de escritura una necesidad y un reflejo inherente de su propio universo personal. Universo compuesto no sólo por obligaciones de naturaleza mercantil, judicial o administrativa sino por sentimientos, deseos, anhelos e impulsos que encuentran en la escritura el vehículo adecuado de expresión (Navarro Bonilla, 2011, p. 59–101).

En todo caso, a partir de las definiciones de contexto archivístico incluido en el área 2 de la norma ISAD(G) y la propia de cultura escrita, en su concepción amplia, se llega a una síntesis que considero pertinente. Antonio Castillo (2002, p. 19) ha definido las líneas maestras de la llamada cultura de lo escrito, atendiendo, desde una concepción sumamente sugerente y que comparto plenamente, al "estudio de la producción, difusión, uso y conservación de los objetos escritos, cualquiera que sea su concreta materialidad —del documento oficial a la carta privada— o soporte —de la tablilla de arcilla a la pantalla electrónica—". Una síntesis, a mi juicio, necesaria para ampliar el conocimiento disponible sobre las circunstancias, espacios, tiempos y motivaciones que hicieron factible todas y cada una de las fases constitutivas del acto documental: desde el impulso primigenio de escritura y génesis hasta la firme voluntad de protección, custodia, procesamiento y reutilización del documento.

Pero no lo olvidemos: hablamos de un contexto de producción de los documentos de archivo y se debe introducir otra dimensión igualmente relevante: la del contexto de destrucción. De hecho, tal y como hemos reflexionado recientemente en la mesa redonda "Identidad y memoria" coordinada por Ramon Alberch en el transcurso de las XIII Jornadas de gestión de la información (SEDIC, 17 de noviembre de 2011), es preciso ampliar las circunstancias y aún las características definitorias a lo largo de los siglos de las prácticas que de manera sistemática y voluntaria se aplicaron a la eliminación del testimonio escrito. Y más recientemente, las tres sesiones (Communities and Networks Lost and Recovered in Latin American Archives and Libraries: Lost Histories: The Destruction of Archives and Libraries in Latin America) de la conferencia internacional de la American Historical Association (Chicago, 3–8 de enero de 2012) han vuelto a plantear estudios de caso que configuran un listado, siempre incompleto, de esa historia mundial de la destrucción de archivos y documentos pendiente de abordar.


2 Comercios, memorias y registros

Baldassare Embriacci, comerciante de antigüedades y libros, protagonizó hace una década la novela El viaje de Baldassare, del libanés Amin Maalouf. Su recorrido por Esmirna, Londres o Génova en busca de un misterioso libro centra la acción en el transcurso del apocalíptico año 1666. Merced a los varios cuadernos escritos a modo de diario de viaje, conocemos su extraordinaria aventura personal: ese "conocer el mundo" como forma de aprendizaje requerida a un mercader, no sólo personal, sino propia de la regencia de un negocio (Favier, 1987, p. 69–98). El registro puntual de los días y los hechos en sus hojas responde, según el propio personaje, a una necesidad: la de crear un interlocutor silencioso al que poder testimoniar su experiencia y conjurar el fantasma del olvido. Se construye así la trama conforme la memoria se activa y origina la plasmación por escrito de una tipología documental que englobaríamos genéricamente en los llamados "documentos del yo (Castillo Gómez; Sierra Blas, 2007):

Mientras, me basta con consignar mi secreto en estas páginas: ¿No es ése, por lo demás, el cometido de este diario? Aunque a veces me pregunto; ¿para qué lo mantengo, con esta escritura velada, cuando sé que nadie lo va a leer jamás? Cuando, por otra parte, deseo que nadie lo lea. Pues precisamente porque me ayuda a clarificar los pensamientos, así como los recuerdos, sin tener que ponerme en evidencia al contárselo a mis compañeros de viaje. Otros en mi lugar, escriben como hablan, pero yo escribo como callo (Maalouf, 2001, p. 62).

Desde que estoy aquí pienso todos los días en ponerme a escribir para dar cuenta de mis sentimientos, que vacilan siempre entre el desánimo y la exaltación. Si no he escrito nada hasta hoy es, sobre todo, porque he perdido mi cuaderno. No ignoro que mis palabras acabarán un día en el olvido, pues toda nuestra existencia camina hacia el olvido, pero necesitamos al menos un simulacro de convivencia, una ilusión de permanencia para emprender algo (Maalouf, 2001, p. 241).

Mientras, como si ya en 1458 hubiese quedado perfectamente consolidado, sobre todo en algunas ciudades italianas, lo que durante los siglos siguientes se iba a convertir en una constante necesidad en toda Europa (Piuz, 1990), Benedetto Cotrugli advertía en su manual Della mercatura et del mercante perfetto (1573) de la conveniencia de registrar por escrito y conservar en perfecto orden los datos relativos al negocio comercial como medio insuperable de constancia, eficacia administrativa y memoria para el futuro: "Un libro di recordanze dove registrare contratti, promessee, cambi e altro, per serbarne opportuna memoria".

Es el modelo de hombre de negocios que alcanzaría a mediados del siglo xvii una presencia masiva y recibía una consideración, no siempre benévola, que le otorgaba un puesto de honor por entre los personajes y tipos de pluma de la época que pululaban por las geografías del quehacer cortesano (Sanz Ayán, 2000; Villalba, 2002). Podemos afirmar que existió una mentalidad preocupada por la organización o al menos por la salvaguarda de lo escrito como medio y reflejo de la vida familiar o supervivencia del negocio. Pero también esa mezcla de contenidos de libros y registros superaba el estricto límite familiar para hacer de lo escrito una forma de constancia que trascendía lo puramente doméstico: se alcanza el protagonismo del individuo creador de memoria y de identidad, acudiendo a todas las fuentes que le son próximas: el cielo, la ciudad, su casa, su familia, la Iglesia y el Estado.


Zaragoza, Archivo de la Diputación Provincial de Zaragoza, leg. 46–34. Libro de cuentas y memorias de Gonzalo Funes (1603). Incluye tanto datos de nacimientos de miembros de su familia como de asientos contables en una configuración mixta de la memoria, tanto familiar como profesional.

Figura 1. Zaragoza, Archivo de la Diputación Provincial de Zaragoza, leg. 46–34. Libro de cuentas y memorias de Gonzalo Funes (1603). Incluye tanto datos de nacimientos de miembros de su familia como de asientos contables en una configuración mixta de la memoria, tanto familiar como profesional.


Esa identidad de comerciantes, de hombres de despacho y de registro de memoria(s), bien fuera estrictamente mercantil, personal o, como sucedió en muchas ocasiones, mixta, fueron elementos que se volcaron inequívocamente en los retratos de época. También por vía de pintura de género, El retrato holandés de grupo (Riegl, 2009) nos ofrece interesantes detalles, tal como se ha señalado recientemente en la revista Numen (El retrato de grupo holandés, 2010). Así, asociaciones cívicas de mercaderes holandeses, secretarios italianos, regentes de hospitales y casas de misericordia se hicieron acompañar de los resultados de su quehacer diario: de sus rasgos identitarios y simbólicos de su esfera de administración y gobierno. Entre ellos, no fue menor el deseo de hacerse retratar en torno a una mesa como metáfora de la asamblea interna y la capacidad de decisión sin descuidar tanto el acto de escritura como los resultados de la misma en torno a pluma, tintero, registro, carta o recibo. Y se representó muchas veces así, recurriendo a una memoria acumulada, a veces desordenada, en tránsito organizativo, como sorprendidos por el pintor en plena faena un día cualquiera. Lo señaló en su momento Eric Ketelaar (1997) tomando como referencia el cuadro de los regentes del hospital de ancianos de Ámsterdam y su archivo, pintado en 1618 por Cornelis Van der Voort, al que se sumarían otros mercaderes y sus "archivos" pintados, como Jan Gossaert o Marinus Van Reymerswaele, configurando esa otra "imagen del archivo" en la Edad Moderna (Navarro Bonilla, 2003).

Véase, si no, el interés de una muestra como la que proyecta el cuadro de Bartholomeus van der Helst: Governors and governesses of the Spinning House, 1650 (Amsterdams Historisch Museum). Tres planos de actividad, tres espacios: el primero y principal muestra a dos hombres y dos mujeres en torno a la habitual mesa tanto de gestión como de decisión. Hablan y su actitud demuestra inequívocamente que, por medio de la escritura y el registro, llevan a cabo la organización y dirección del establecimiento. Al fondo, los talleres donde hombres y mujeres trabajan. Y, a la derecha, casi de manera inadvertida, el detalle de una puerta entreabierta que deja ver a un hombre de pie que sostiene, en otra estancia, otro espacio claramente documental, un grueso libro-registro en lo que parece un subalterno administrativo que se dirige hacia la mesa de la decisión para efectuar una comprobación. Indudablemente, la vinculación entre gestión-decisión-organización documental vuelve en este cuadro a ser un lugar común, lo mismo que los anteriores y los de las series siguientes: Dirck Dircksz van Santwoort, Les mères des Régents au Spinhuis (1638); Jan de Bray, Regents of the Dolhuys (1667); Jan de Bray, The Regents of the Children's Orphanage in Haarlem (1663); Frans Hals, Regents of the St Elizabeth Hospital of Haarlem (1664); Jacob Backer, Regents of the Amsterdam Orphanage (1633–1634); Werner van der Valckert, Regents of Leproos Huijs (1624).


Bartholomeus van der Helst:

Figura 2. Bartholomeus van der Helst: Governors and governesses of the Spinning House, 1650 (Amsterdams Historisch Museum). Detalle


Es este orgullo de pertenencia a un linaje que hizo de su profesión (en este caso el comercio) su signo de identidad, el que también se muestra a lo largo de todas las hojas de un testimonio de excepcional interés por su belleza y su detalle de las representaciones. Lo forma el manuscrito autobiográfico ilustrado con numerosas escenas de la vida de Matthäus Schwarz, mercader en Augsburgo y contemporáneo de Lutero y Carlos V, típico representante del ascenso de una clase bancaria y comercial europea a finales del siglo xv. A los catorce años comienza a elaborar un diario cuyo original se encuentra conservado en la Biblioteca Nacional de Francia. En él va plasmando sus principales hechos vitales por vía de recuerdo escrito pero también pintado (Braunstein, 1992). Es un brillante y singular ejemplo de memoria personal y familiar desde los años de formación, viaje a Italia, etc., hasta las cinco de la mañana del 19 de diciembre de 1547 en que sufre un ataque cerebral que le deja parte del cuerpo paralizado.

Estos ejemplos, sacados tanto de la ficción literaria como de la tratadística mercantil alto moderna, ilustran la práctica del llevar cuenta y razón de los hechos y momentos que jalonan una vida y un negocio, contribuyendo así a aposentar la memoria práctica de los días, garantía por escrito de su permanencia futura.


3 Recordar, memorizar, anotar

Avanzando un poco más en torno al asunto de la memoria en todas sus dimensiones, en la literatura áurea nunca faltaron textos que desde lo simbólico y lo emblemático, hasta lo político o moral enseñaban de muy diversos modos y desde experiencias didácticas dispares lo que eran la memoria, sus técnicas y artefactos vinculados (Navarro Bonilla, 2008). La memoria, como el archivo y como toda manifestación escrita en general, se podría integrar en un sistema más amplio que transitaría desde la utilidad pragmática de los resultados de la cultura escrita de despacho y sus representaciones, hasta sistemas culturales, visuales y complejos más amplios y personales (Díez Borque, 2010). En todo caso, al descender a uno de esos conceptos transversales cargados de fértiles posibilidades de estudio interdisciplinar como fue y es la memoria, recordé una de tantas definiciones coetáneas: "Es la memoria, en orden, la primera potencia del alma y en dignidad es la postrera", recordaba Lorenzo Ortiz en sus Empresas que enseñan y persuaden su buen uso en lo moral y en lo poli[ti]co (1677). Y, continuaba:

Es un infiel depositario de los tesoros del Estado y del entendimiento; recibe quanto le quieren dar y sólo da lo que quiere. Es su fragilidad el daño mayor que en lo humano podemos padecer; pues dexaríamos de ser hombres y seríamos dioses. Aquí está guardado todo lo que pensamos, de este tesoro pido yo que salga lo que quiero, y algunas cosas salen luego, otras es menester buscarlas; otras salen en tropel, como a preguntar si las llamo; otras cosas ay que fácilmente y con la misma orden que se piden, se representan; en esta memoria están guardadas todas las cosas que le entran por diferentes puertas. […] Todas estas cosas las recibe y guarda la memoria para bolverlas quando de ellas se quieren acordar.

Las numerosas contribuciones a la nemotecnia moderna aparecían con cierta profusión por entre la producción impresa de la época. Lo han estudiado bien Fernando Rodríguez de la Flor (2009) y Fernando Bouza (1999) entre otros expertos. El acto de memorizar, de recordar, hacía de la memoria una capacidad, una suerte de habilidad que podía ser entrenada y continuamente mejorada. Pero la carga polisémica del término convertía también a esa memoria en resultado tangible, en la plasmación de esos recuerdos en un soporte de almacenamiento que abre el procedimiento archivístico. Al final del acto interno de recordar, en el extremo exterior de la memoria, una vez tomada pluma y papel para volcar lo recordado, se sitúa el archivo como garante explícito del recuerdo, de lo que se va a convertir en memoria registrada. Recordar, transitar por las "galerías de la memoria" tal y como propuso Francisco Gimeno Blay y, a continuación, plasmar el resultado de esa recuperación mental en forma de documentos: "Y en esta ocasión, el almacén de la memoria [el archivo] es sinónimo de escribir; constituye una especie de representación: quien organiza y decide la conservación de la memoria proyecta hacia el futuro una manera especial de leerla e interpretarla: crea un texto (Gimeno Blay, 2008, p. 249). A lo que yo añadiría: ¡y un contexto!

Es en gran medida lo que, para terminar la mención a Lorenzo Ortiz, se entendía también como memoria-resultado, al considerar la memoria como "hija de la pluma y del papel". Leer y acordarse, ejercitar la memoria con papel al lado para escribir los recuerdos de manera ordenada y exhaustiva, con método, fue una de las imágenes habituales del buen ejercicio memorístico y, por consiguiente, el resultado de una práctica de escritura rastreable en tipologías muy concretas estudiadas profusamente en España, Francia e Italia: libros de memoria, cuadernos de anotaciones de lo leído y las impresiones causadas, livres de raison, de recordanze, zibaldones italianos, etc. Hasta libros de lo soñado cada noche, como forma de aprehender todo lo ocurrido y volcarlo en el nuevo documento. La bibliografía sobre estas tipologías documentales es amplia y continuamente revisada en numerosos congresos, jornadas y seminarios. Simplemente destaco la ingente labor de los profesores Antonio Castillo Gómez y Verónica Sierra Blas, quienes desde el Seminario Interdisciplinar de Estudios de Cultura Escrita (Universidad de Alcalá de Henares) han revitalizado de manera determinante el panorama de la historia social de la cultura escrita en España:

No avía de aver libro de que no pendiesse tintero y pluma y tuviesse enquadernadas muchas ojas en blanco; supla nuestra diligencia lo que en el uso común no es muy practicable y quanto lo puede ser, enseñava aquel peregrino español D. Francisco de Quevedo (como en su vida se escribe) aún dentro de la carroza llevaba consigo papel y pluma. Léase con el tintero al lado y con la pluma en los dedos y della pássese al borrador que se eligiere y se hará sementera que no esté sugeta a temporales. Seca entró en el tabernáculo la vara de Aaron y con estar guardada, salió con Flores […] por esto con razón dixo un discreto que la memoria era hija de la pluma y del papel, y pudiera añadir que parece natural del Malabar, donde por ser gente negra, libran toda la hermosura en afeitarse con tinta. Y es cierto, porque no despiden rayos más hermosos las luzes del sol de los que arrojan las sombras del tintero (Ortiz, 1677).

La intensidad y el aprovechamiento de la lectura conjugada con las capacidades memorísticas personales y modos de lectura, aconsejaban una lectura intensiva frente a la extensiva o superficial. Se iniciaba así el largo debate en torno a la calidad del acto de lectura y al aprovechamiento de lo correcta y efectivamente leído. Así se mostraba en el célebre emblema atribuido a Sebastián de Covarrubias y Horozco en el que una redoma de boca angosta recoge la lluvia caída de una nube con un libro abierto. Esta representación simbólica del acto de lectura y el escaso aprovechamiento, como goteo, del conocimiento registrado en la flaca memoria tiene su explicación en las siguientes palabras: "Pero comúnmente acontece leer, y percibir muchas cosas, y dellas quedarnos muy pocas. Y por esta razón, es comparada la memoria, a una redoma de boca angosta, que recibe la pluvia del cielo, y la más della le cae por de fuera, y se pierde, siendo lo que entra en el vaso lo menos".


Periit parx máxima (La mayor parte fue despediciada).
Sebastián de Covarrubias y Horozco, Emblemas Morales, Madrid, Luis Sánchez, 1610.

Figura 3. Periit parx máxima (La mayor parte fue despediciada). Sebastián de Covarrubias y Horozco, Emblemas Morales: Madrid, Luis Sánchez, 1610.


Y en parecidos términos la obra de Francisco Santos, Día y noche de Madrid, reproducía en su discurso X lo apropiado de la lectura, pero criticando la forma en que se desaprovecha el conocimiento de lo leído por leerse de manera inapropiada y sin toda la atención que una lectura atenta y reflexiva requerían:

Lean con cuidado y tengan atención a la lectura para que les aproveche. Lección es ésta –dijo Juanillo– para gente de más edad que estos niños, y en particular para aquellos que toman un libro que tiene cincuenta pliegos y en dos horas le pasan y dicen que tiene poca sustancia su escritura, y es sólo su gusto de la poca sustancia. Mal puede tomar las señas de un camino el que le anda a oscuras y por la posta; ¿qué provecho puede sacar en tan breve tiempo y qué reparo hará en sus razones? ¿Qué doctrina dejará impresa en la memoria? ¿Cómo podrá contar algo de lo que ha leído? (Santos, 1992, p. 134).


4 Memoria: de técnica a polémica

En pocas ocasiones como en los últimos diez años se ha asistido a semejante sobreabundancia de titulares, artículos, monografías e investigaciones sobre la memoria y su destrucción, las memorias y sus traslados, las memorias y su recuperación, las políticas conducentes tanto su conservación como su utilización, etc. Un simple vaciado de prensa arrojaría un voluminoso dossier temático sobre el que poder realizar una investigación en profundidad de lo que han sido las polémicas archivísticas en casos concretos (Salamanca) y sus ramificaciones en torno al mediático término de "memoria histórica". Tampoco ha faltado la controversia en la apropiación de "políticas de la memoria" desde posiciones enfrentadas de todo signo que han tenido en los archivos, en las fosas y en los juzgados sus particulares campos de batalla. Y todo ello en torno a un concepto que, strictu sensu, tiene su problemática intrínseca ya que la memoria, como tal, es capacidad estrictamente individual, no colectiva. No parece fácil entonces hablar de una memoria común o compartida. Pero más allá de polémicas y debates que han sometido a los archivos a tensiones que poco tienen que ver con su principal misión y fundamento, parece oportuno reflexionar sobre algunos lugares comunes considerados atemporales. Así, en torno a la acumulación, protección, utilización e incluso eliminación del registro y el testimonio escrito, tanto en ámbitos públicos como estrictamente privados y domésticos, se puede articular una línea diacrónica que muestre paralelismos y analogías pero también diferencias y aún innovaciones a lo largo del tiempo.

Véase, si no, cómo resuenan para época medieval y dentro de las estrategias regias de configuración de una identidad por vía de cultura escrita y gráfica, los conceptos de "deconstrucción de la memoria", "búsqueda de identidades individuales o colectivas" tal y como lo entendió Jacques le Goff y sus "científicos de la memoria". Todo ello vuelve a cobrar relevancia en magníficos volúmenes colectivos como el recientemente editado por Pascual Martínez Sopena y Ana Rodríguez (2001) o el estudio que sobre el universo documental de Pedro IV el Ceremonioso nos brindase Francisco M. Gimeno (2006, p. 115–136). Mientras, el Madrid moderno, ciudad de escrituras y archivo en los siglos de villa y corte, sigue siendo objeto de estudio desde la perspectiva de la "ciudad escrita", en la que deambular por escritorios, arcas, cofrecillos y y memorias de toda condición, tal y como recoge el trabajo publicado por Navarro Bonilla (2006, p. 133–158).

El estudio de la memoria puede abordarse también como dialéctica de opuestos: recordar/olvidar, conservar/destruir, acumular/utilizar. Incluso la variable espacio, como planteábamos en esa "nube de interrogantes" al inicio de estas páginas, también se incorpora a esta dinámica si optamos por comprender los lugares y no-lugares donde se guarda y archiva la memoria escrita. De ahí que hablemos de espacios centrales y periféricos, retomando la vieja y siempre sugerente aportación de Gaston Bachelard (1975), o, incluso, como estudió Valerie Freschet (2005), de una memoria documental fría y una memoria caliente. La primera recogería resultados de la actividad administrativa oficial, de despacho, próximos al dominio de la ley y la norma del que hablase ya en su momento Giorgio Raimondo Cardona (1994, p. 95–96) dentro de sus dominios de escritura. Frente a esta memoria fría, aséptica y oficial, el espacio donde almacenar una memoria caliente variaría: tipologías documentales como cartas, memorias, diarios y cuantos ejemplos se cargasen de una mayor subjetividad en torno a las llamadas "escrituras del yo" ocuparían otros espacios de almacenamiento, incluso otros "muebles-memoria" (Amelang, 2003). Éstos serían excelentes ejemplos de archivo doméstico, soluciones portátiles a la acumulación, la organización y la preservación del secreto en una suerte de mobiliario estéticamente elevado y funcionalmente útil.


Muebles memoria en la línea del tiempo: de los escritorios galantes del xvii al catálogo comercial del xx.

Figura 4. Muebles memoria en la línea del tiempo: de los escritorios galantes del xvii al catálogo comercial del xx.


Espacio y tiempo, aprioris clásicos, considerados en su conjunto, parecen realidades inmutables, completas y homogéneas. Pero convendría matizarlas al estudiar qué macroespacios y qué microespacios configuraron el contexto en el que se produjeron momentos de escritura y génesis de sus resultados. Muy a propósito me sugiere de nuevo Mattelart y su poética del espacio que éste puede ser concéntrico: el espacio de una humilde arquilla que custodia las pocas cartas y los legajos de memoria familiar en el seno de una casa. Aquí resuenan los ecos alcalaínos y aquellas fundamentales "arcas, cofrecillos y talegones" que Antonio Castillo estudió para la ciudad castellana (Castillo, 1997, p. 363) y Arndt Brendecke en el contexto de los nuevos territorios hispanos (Brendecke, 2010). El hogar o el rincón familiar en el cual desarrollar estos productos gráficos han sido los ámbitos espaciales de los trabajos de Chartier (1989, p. 113–163) y Foissil (1989, p. 331–369) sobre la escritura privada. Una memoria escrita que servía igualmente como fuente imprescindible para la elaboración de una imagen y una identidad a través de los archivos personales y familiares como medio autorizado para gestionar no sólo hacienda y privilegios sino también la propia historia del linaje (Mandingorra Llavata, 1994, p. 57–87), (Mandingorra Llavata, 2000):

No hay duda de que estos libros de memorias significaban también un intento de ensalzar y comprender el pasado familiar –su origen y su patrimonio–, cuando no de falsificarlo. […] Aunque la función administrativa era la dominante en la conformación de estos archivos familiares, las élites guardaban los documentos porque entendían que no sólo en ellos residía la garantía jurídica de sus bienes, sino también porque estaban creando su memoria, la de la casa, la del linaje o la de la familia (Peña, 2003, p. 124).

Y esa arquilla, custodiada en la habitación de un edificio, que a su vez forma parte de un conjunto de casas o barrio, tiene su sentido en el contexto urbano o rural donde, como círculos concéntricos, las acciones y resultados de lo escrito alcanzan formulaciones tan dispares y complementarias como las de la escritura expuesta o de aparato hasta los escritorios y bufetillos privados, donde el sentimiento íntimo tiene también su espacio en cajoncitos secretos (Navarro, 2004). Lo sabe bien Antonio Castillo, cuyo profundo y continuado en el tiempo análisis de todo ello para los siglos modernos ilustra con profusión un catálogo, a modo de cartografía urbana, de todas las prácticas y resultados de lo escrito habidas y por haber, como guía y ejemplo para cualquier curioso que quiera adentrarse por estos senderos (Castillo, 2006).


5 Memoria acumulada, experiencia recobrada

La ingente literatura moralizante impresa durante los siglos xvi y xvii en torno a la educación y formación del príncipe nos ofrece de manera insistente la idea de aprovechamiento de la experiencia a la que acudir para tomar consejo en el gobierno en un trasunto del clásico locis communis que contemplaba la Historia como Magistra Vitae. Acudir a la memoria de las buenas prácticas y revalidar continuamente el ejemplo de los buenos clásicos se filtró por entre las obras moralizantes y de formación del príncipe. De ahí que no pocos autores reservasen pensamientos para el ejercicio de la lectura como actividad de provecho para el gobernante. Ejercitar la memoria, acudir a la experiencia venía a ser rasgo de prudencia política y signo de buen gobierno:

Muy digno es de un Rey saber pintar, saber esculpir, cantar, tañer, andar a cavallo, jugar las armas, edificar un fuerte, formar un esquadrón, ser grande artillero en la tierra y gran marinero en la mar. Pero sobre todos los entretenimientos ninguno es tan fructuoso como la lección de buenos libros; digo buenos, porque si fuessen profanos, sería saltar del fuego, y dar en las brasas. Libros de sentencias morales de filosofía natural, y de historias verdaderas, pero ninguna lección llega ni puede a dar tanto fruto, como la lección de la Escritura Santa […] porque allí se aprende a ser hombre de razón y a ser rey con la suficiente magestad y la necessaria clemencia y a ser christiano, christiano católico y católico santo (Remón, 1624, p. 89).

En términos generales, se podría partir de una consideración positiva en torno al objeto libro y la utilidad que para el príncipe tendría su fomento, colección y, por supuesto, lectura: camino éste que nos llevaría por la senda del simbolismo del libro hasta llegar al simbolismo del archivo y la sacralización del documento (Navarro Bonilla,2008, p. 19–44). Y, para el mismo caso, por ejemplo, F. de Monzón, capellán del Rey don Juan de Portugal, escribía en uno de los innumerables Espejo del Príncipe Christiano del año 1544 cómo la honra de los libros podía beneficiar al futuro monarca:

No solamente honrraron las virtuosas repúblicas a los sabios, sino que también juzgaron ser digno de honrrar a sus libros, como a depositarios del thesoro de su sabiduría. Según hizieron los romanos a los libros sibilinos, que como por oráculos se regían por su sentencia y dieron innumerable thesoro por ellos, y a los libros de Numa Pompilio reverenciaron tanto que hallando enterrados a cabo de quatrocientos años los llevó el pretor a leer al senado, diziendo que el pueblo común no era digno de oyr aquella divina sabiduría que allí se encerrava (Monzón 1544).


6 La destrucción del registro escrito: memoria institucional y personal

Si bien disponemos ya de una Historia universal de la infamia debida al maestro Borges e incluso de una sumamente interesante Historia Universal de la Destrucción de libros y bibliotecas de Fernando Báez (Báez, 2004), no disponemos de una Historia Universal de la Destrucción, eliminación y desaparición de documentos y archivos. Aún así, seminarios y mesas redondas como la anteriormente citada o Congresos como el que, bajo la dirección de Ramon Alberch, nos congregó en Sarriá de Ter (2–4 octubre 2008), revalidan continuamente la necesidad de un estudio de estas características (Actas del Congreso Internacional de Archivos y Derechos Humanos, 2009).

Esta damnatio memoriae bibliográfica sí ha sido objeto de estudios por parte de los citados Báez o François Polastron (2008) sin olvidar las contribuciones hispánicas para los siglos medievales y modernos (Gimeno Blay, 1995). Tampoco puede olvidarse la extraordinaria exposición que bajo el título Biblioteca en Guerra recuperó la amarga historia de aquellos años de la Guerra Civil Española en que el patrimonio bibliográfico y documental gestionado por la República fue objeto de traslados forzosos, conservaciones apresuradas y miedo por el destino que la contienda iba a marcar a colecciones librarías y archivísticas (Biblioteca Nacional de Madrid, 2005).

Pero aquí intentaré esbozar únicamente las que nacen de la voluntad expresa de reducir a la nada lo que antes fue testimonio documental, una práctica rastreable en toda coordenada cronológica y espacial que jalona no sólo la historia de la guerra sino la historia de la victoria. La destrucción como instrumento, como herramienta de dominación, de control y de sometimiento. Propongo, para ello, una metodología de estudio no sólo del contexto de producción, sino del contexto de destrucción de archivos, tomando como puntos de partida estas reflexiones:

Umberto Eco nos ha recordado que son tres las formas de biblioclasmo, por las que los libros de una colección bibliográfica son destruidos o mutilados: por voluntad fundamentalista, por incuria y por interés económico (Eco, 2001, p. 4; Rodríguez de la Flor, 1997). ¿Podemos aplicar ese mismo criterio a los documentos de archivo? Ramon Alberch ha hablado de memoricido y de las consecuencias legales y de protección de derechos que acarrea la destrucción. Otros colegas hablan de libricidio, de biblioclasmo. Yo quiero centrarme, especialmente, en los métodos, en los procedimientos en cómo se lleva a cabo esa destrucción sistemática, el robo, el expolio, la incautación y la supresión final. Lo que también Ramon ha denominado la eliminación institucionalizada.

El análisis de las formas de destrucción de documentos se detiene en un primer estadio en la naturaleza involuntaria o voluntaria del daño causado a los conjuntos documentales por razones muy diversas. En el primer caso, sería preciso buscar la involuntariedad en el conjunto de agentes de deterioro y las consecuencias que contra la conservación documental se produjeron durante siglos. Sin embargo, nos interesa aquí detenernos en todas aquellas manifestaciones que, partiendo de la conciencia suscitada por el valor que papeles y escrituras conservados en el archivo representaron, desembocaron en acciones destructivas de los mismos. Pues el escrito, conservado en el archivo, como representación en ausencia y pervivencia gráfica de acciones, emociones y derechos, pero también de los individuos protagonistas de las mismas, contribuía en positivo tanto a la construcción de una memoria, como en negativo, mediante su eliminación y destrucción al borrado de aquéllas. Eliminar el documento venía a suponer la desaparición del vestigio, la prueba de lo que portaban papeles, registros, escrituras o cartas y por tanto difuminar la presencia de los personajes reflejados en las mismas por medio de la tinta sobre el papel:

Las cartas son la materialización –una de las materializaciones– de la relación interpersonal y, por este motivo, cuando esa relación se interrumpe de un modo no deseado, la correspondencia, esos paquetes de cartas amarillentas, atadas con una cinta, se devuelve o se destruye, a veces, junto con otros objetos-memoria de tal relación, como mechones de cabello, o cualquier objeto evocador de presencias. De esa forma, la destrucción de la memoria nos ayudará a sumirnos en el olvido, sea como bálsamo, sea como venganza (Mandingorra Llavata, 2000, p. 5).

Es el conjunto de potencialidades derivadas del documento y la información que soportan, el que obliga a considerar una premisa básica, tras la cual se esconden no pocas tentativas (efectivas o fallidas) de controlar e impedir la existencia de la información registrada por medio de la negación absoluta, es decir, su destrucción: "lo escrito es peligroso. De ahí, la voluntad de los poderes de quemar los malos libros o el deseo de los individuos, incluso del rey, de destruir los papeles comprometedores" (Chartier, 1998, p. 8). Antonio Pérez, en carta a su esposa doña Juana Coello, fechada en abril de 1603 no dudaba finalmente en advertirle de la necesaria destrucción de cualquier testimonio escrito suyo "Y vuestra merced queme quantos papeles tuviere míos y éste y no me responda a cosa destas que no puedan veer mis amigos acá: digo que desta carta no quiero que sepa nada nadie sino el Ángel". (Alvar, 2000, p. 230): "Este peligro de los papeles de archivo era bien conocido: recuérdese al Felipe II que destruye la documentación de su hijo don Carlos, o los tira y afloja que hay con Antonio Pérez para que entregue otros".

Una destrucción de papeles, pruebas documentales en suma, de una relación económica en este otro ejemplo nacido de la representación pictórica romántica, que podría quedar plasmada en el cuadro de Carl Ludwig Becker (1866, Berlín, Staatliche Museen Nationalgalerie) donde el rico banquero Jacobo Függer eliminó el compromiso financiero con el Emperador al arrojar él mismo la carta de préstamo. Se borraba así el testimonio documental de una deuda.

Consecuentemente, en el archivo descansa la información registrada de la actividad administrativa, judicial, económica. También personal, íntima y doméstica, en fin, el más preciado reflejo del pasado de la sociedad que plasmó su actividad en un soporte documental. A este respecto, apuntaba Gimeno Blay: "Algunos han pretendido liquidar el pasado destruyendo sus huellas. La destrucción de la memoria, utilizando los mecanismos más dispares, se configura como una práctica habitual a lo largo del tiempo […]" (Gimeno Blay, 1999, p. 31–32), (Gimeno Blay, 1995), (Conde Villaverde; Andrés Díaz, 1996), (Salaberría, 1999). Esta parece ser la consigna de los ejércitos atacantes cuando uno de los primeros objetivos de la estrategia militar es la eliminación, secuestro o destrucción de la información de la colectividad atacada. Una práctica que, de nuevo Gimeno Blay sintetizó magistralmente: "Quien procedió de ese modo, violentando la conservación de la memoria, pretendió imponer el olvido a una colectividad organizada, negándole su pasado y creyendo, ingenuamente, que triunfaría su deseo, su aspiración política y cultural. Afortunadamente para todos nosotros, la obsesión por olvidar escribió una historia al revés, en negativo, y así contribuyó a crear una memoria, la memoria" (Gimeno Blay, 1999, p. 32).

Pero se debe profundizar aún más en las pautas, motivaciones, características y resultados de la destrucción de archivos y documentos a lo largo de los siglos. En la desaparición sistemática, completa y masiva de cualquier vestigio y testimonio, en todos los ámbitos posibles: cultural, judicial, policial, administrativo, etc. Incluso en formas más sutiles de eliminación como son la alteración, la sustracción o la modificación. En suma: en el contexto de alteración parcial o, llegado el caso, completa, mediante la eliminación física integral. Quemado el archivo, se eliminará buena parte del referente histórico y el patrimonio de una sociedad, pero también las pruebas de los delitos, las deudas contraídas, las identidades construidas, que una vez eliminadas colaboran en la dispersión el orden social por falta de referentes. Todo conflicto bélico tiene su correlato destructivo en el patrimonio documental. De ahí que se pueda elaborar una historia paralela a la propia historia de la guerra donde archivos y bibliotecas fueran un capítulo inherente:

Día 28 enero 1809: Fue el fuego más horroroso que puede imaginarse excediendo a los días anteriores, caiendo muchas en las casas de la Parroquia de San Pablo por las que nos tiraban de la batería de la Bernardona […] [f. 18 r] El incendio de la Audiencia fue tan voraz que consumió toda ella y la magnífica sala de San Jorge con las escribanías y la maior parte de sus papeles, por todas cuias razones será entre unos de los más melancólicos de esta desastrosa guerra" (Casamayor, f. 17 v).

Así, no es muy difícil entrever esta intencionalidad en numerosos ejemplos contemporáneos como sucede en la destrucción sistemática de los censos de población de la población palestina por parte del ejército israelí en ciudades como Ramala. Allí se han destruido las garantías de propiedad, los listados de estudiantes, fichas de seguros de propiedades y, en suma, toda una administración pública y privada necesaria para sustentar el funcionamiento administrativo normal y los endebles cimientos de la sociedad palestina (Sales, 2002). En suma, formas y alcance de la destrucción de archivos y documentos que encuentran ecos paralelos y recientes en geografías de la eliminación, como Bosnia o Kosovo sin ir más lejos, ni en el espacio ni en el tiempo.

Es preciso, por tanto, acometer de forma sistemática y exhaustiva esa historia universal de la destrucción, pérdida y eliminación de archivos. Son múltiples las dimensiones y causas que explican el resultado final: la eliminación por razones y mediante fórmulas dispares de la memoria documental. En primer lugar, la fragilidad de la memoria sustentada en documentos y la incuria en la organización documental como constantes históricas ¿Qué pautas se han seguido en la organización archivística? ¿Hubo profesionales al frente del archivo, recibieron una formación adecuada, había recursos suficientes? ¿Existía voluntad u obligación de custodiar y perpetuar la memoria? ¿Fue la despreocupación o la incuria un modo larvado de destrucción retardada?:

Me he dirigido una vez más el Ministerio de la Guerra. Las puertas del jardín estaban cerradas. Nadie ha respondido ni a las llamadas del claxon ni a las luminosas de los faros. Ha sido necesario acercarse personalmente a la puerta y abrirla. En el portal no hay retén de guardia; las ventanas están todas iluminadas, las cortinas para el enmascaramiento contra la aviación no están corridas. He subido por los peldaños del vestíbulo: ni un alma […] Hilera de despachos; todas las puertas están abiertas de par en par, brillan las lámparas que cuelgan del techo; sobre las mesas, mapas abandonados, documentos, comunicados, lápices, blocs llenos de notas. He aquí el despacho del Ministro de la Guerra, su mesa. Se oye el tictac del reloj sobre el reborde de la chimenea. Son las diez y cuarenta minutos. Ni una [sic] alma. Más allá –el Estado Mayor Central, sus secciones, el Estado Mayor del frente del centro, sus secciones, la intendencia general, sus secciones, la dirección de efectivos militares, sus secciones–, una hilera de despachos; todas las puertas están abiertas de par en par, brillan las lámparas que cuelgan del techo; sobre las mesas, mapas abandonados, documentos, comunicados, lápices, blocs llenos de notas. Ni un alma" (Koltsov, 2009).

A continuación, la destrucción de archivos y documentos se produce como consecuencia de la consideración del patrimonio documental como objetivo de las revueltas populares en contextos revolucionarios o de agitación social (Lorenzo Cadarso, 1996), (Navarro Bonilla, 2003). Los ejemplos de los archivos de los antiguos servicios secretos y de seguridad de los regímenes libio o egipcio en el contexto de la llamada "primavera árabe" son ejemplos recientes de asalto y desorganización como consecuencia de procesos revolucionarios. Pero no siempre fue así. El movimiento espontáneo de ciudadanos alemanes que acordonaron los garajes y plantas bajas de las delegaciones de la Stasi en el otoño de 1989 tenía un objetivo claro: preservar los expedientes, dossiers y cuanto documento permitiera, una vez desmoronado el régimen comunista, acreditar los modos de violación de derechos y control social por medio de la información. Se buscaba impedir la destrucción masiva apresurada, la incineración o trituración de cientos de kilómetros de estanterías por parte de los mismos órganos del Ministerio de la Seguridad del Estado. Posteriormente, las Comisiones de la Verdad y organismos como la Federal Commisioner for the Records of the State Security Service of the former German Democratic Republic sustentarían documentalmente la acción de la represión y permitirían extender las garantías jurídicas de la obligada reparación moral y legal (Gieseke, 2006). Es ahí, en estos múltiples ejemplos históricos, donde la dimensión simbólica del archivo adquiere nuevos tintes, pues históricamente se asoció a los instrumentos de sometimiento, de control o, como indicaron Hespanha (1989, p. 36) y Rodríguez de Diego (1998, p. 519–549) a las formas subsidiarias de "coacción suave".

Por otra parte, el archivo se erige en uno de los objetivos codiciados e históricamente vinculados a la acción de un ejército ocupante al considerarlo como botín de guerra y objetivo militar. Llegados a este apartado, vuelve de nuevo a mi memoria la brillante contribución que Sophie Coeuré (2007) nos legó en torno a la sistematización de los procesos de incautación de documentos y archivos por una administración especial diseñada por el gobierno nazi a los pocos días de la caída de Francia en 1940. Un informe oficial datado en 1947 cifraba en 20 millones de documentos la cantidad total desaparecida en Francia desde el verano de 1940 a 1944. El robo, el pillaje, la incautación de bienes muebles e inmuebles por un ejército victorioso determina una constante atemporal determinada por la dinámica de la conquista y "regulada" por las leyes de la victoria y tratamiento que en cada momento histórico los vencedores han dado a los vencidos. La profusa literatura sobre el particular en nuestra Guerra Civil Española es un buen ejemplo de todo ello (Jaramillo, 1994; González Quintana, 2006).

Por ello, mi última reflexión apunta hacia el futuro próximo: tal vez sea el libro de Ramon Alberch (2008) titulado Archivos y derechos humanos un magnífico compendio de todo ello, muestrario riguroso a la vez de numerosas líneas y trabajos simplemente esbozados aquí, que deberán ser acometidos en profundidad: en definitiva, un punto de arranque de lo más pertinente.


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Fecha de recepción: 22/02/2012. Fecha de aceptación: 16/03/2012.




Notes

Este artículo se inscribe en el proyecto de investigación dirigido por el profesor Antonio Castillo Gómez (Universidad de Alcalá de Henares), titulado: Cultura escrita y memoria popular: tipologías, funciones y políticas de conservación (siglos xvi a xx). Ref: HAR2011–25944.