Teresa Mañà
Profesora de la Facultad de Biblioteconomía y Documentación
Universidad de Barcelona
Resumen
Actualmente, las bibliotecas al aire libre son una propuesta de extensión bibliotecaria habitual en las bibliotecas públicas de muchos lugares que consiste en poner libros y otros materiales de lectura a disposición del público en espacios de ocio o de descanso. Esta actividad nace en Estados Unidos de América (EE.UU.) en los años veinte y treinta del siglo xx, pero antes de la implantación por parte de las bibliotecas públicas estadounidenses, ya tenemos noticias de iniciativas de este tipo en España, en lugares como los jardines del Parque de María Luisa de Sevilla, el Parque del Retiro de Madrid y en el paseo de Sant Joan de Barcelona. El artículo hace un recorrido de los precedentes de estos casos y se centra posteriormente en el estudio de Barcelona y de la oferta de títulos de las bibliotecas de los bancos del paseo de Sant Joan
Resum
En l’actualitat, les biblioteques a l’aire lliure són una proposta d’extensió bibliotecària habitual a les biblioteques públiques d’arreu que consisteix a posar llibres i altres materials de lectura a disposició del públic en espais d’oci o de descans. Aquesta activitat neix als Estats Units d’Amèrica (EUA) als anys vint i trenta del segle xx, però abans de la implantació per part de les biblioteques públiques nord-americanes, ja tenim notícies d’iniciatives d’aquest tipus a Espanya, en alguns indrets com els jardins del Parque de María Luisa de Sevilla, el Parque del Retiro de Madrid i al passeig de Sant Joan de Barcelona. L’article fa un recorregut dels precedents d’aquests casos i se centra posteriorment en l’estudi de Barcelona i de l’oferta de títols de les biblioteques dels bancs del passeig de Sant Joan.
Abstract
Nowadays, municipal library networks often offer the general public some kind of outdoor library service where people can read books or consult other materials in spaces designated as open-air recreation sites. The first country to make this kind of service available was the US, in the 1920s and 1930s, but before it became a common practice in that country Spain had already created a number of such libraries. These included the outdoor libraries in the María Luisa and Buen Retiro parks in Seville and Madrid, respectively, and on the promenade known as Passeig de Sant Joan in Barcelona. The article looks at the origins of these three libraries and then focuses on the service in Passeig de Sant Joan, which took the form of books on shelves built into the backs of stone benches on the promenade.
1 Introducción
Las bibliotecas al aire libre son, actualmente, en Cataluña, una de las propuestas más extendidas en las épocas estivales para ampliar el alcance de los servicios de las bibliotecas públicas. Los libros y otros materiales de las bibliotecas ocupan piscinas, playas y parques, y se integran así en los espacios de ocio de los posibles lectores. A diferencia de las bibliotecas móviles, estas bibliotecas se encuentran instaladas en espacios fijos o allí donde la biblioteca pública de la cual dependen encuentra más posibilidades y facilidades, y tienen un carácter temporal, un calendario con caducidad ligada al buen tiempo y las vacaciones escolares. Son, propiamente, una extensión de la biblioteca pública que encontramos bajo las denominacions habituales de biblioplayas, bibliopiscinas, biblioterrazas, bibliolagos, biblioparques, bibliojardines, bibliopatios y biblio plazas o como biblioteca al fresco o biblioverano. En este caso no se refieren al espacio donde se ubican sino a la propuesta de leer en un espacio sin paredes, en sillas más aptas para yacer que para trabajar, al sol o bajo una sombra benefactora, y que de manera genérica podemos incluir bajo la denominación de bibliotecas al aire libre1.
Este tipo de bibliotecas tienen una fuerte implantación en nuestro entorno,2 como se puede ver en el artículo que Varona y Gómez (2009) publicaron en la revista BiD sobre la experiencia llevada a cabo por la biblioteca de Alcossebre (Valencia). El artículo, además de centrarse en la organización, el funcionamiento y los resultados de su biblioteca al aire libre, una biblioteca instalada en medio de un pinar, aportaba a modo de introducción un repaso de los precedentes en este tipo de servicio. De acuerdo con Freeman y Hovde (2003), las primeras bibliotecas al aire libre las podemos situar en los años veinte y treinta en EUA, país pionero de las bibliotecas públicas. En España, también en estos años se encuentran documentadas algunas bibliotecas de este tipo instaladas en bancos y glorietas de jardines. Se trata, en este caso, de iniciativas singulares e independientes, las primeras de las cuales en el Parque de María Luisa de Sevilla, el parque creado en los años veinte como sede de la Exposición Universal celebrada en esta ciudad en el año 1929, pero también en el Parque del Retiro de Madrid y en Barcelona en el paseo de San Juan. En este artículo, en primer lugar, nos aproximamos a lo que podríamos considerar los precedentes para centrarnos, a continuación, en la experiencia catalana, ya que se trata de una instalación singular en la ciudad por sus características y porque la existencia del catálogo de la colección nos permite estudiar cuál era la oferta para la promoción de la lectura pública.
2 Los precedentes
Según expone Greenberg (2003, p. 181-191), la primera referencia de una biblioteca al aire libre en los Estados Unidos data del año 1905, en el roof garden (es decir, en una azotea ajardinada o terraza) de una biblioteca filial de la ciudad de Nueva York durante los meses de verano. La biblioteca instalada en esta terraza estaba abierta para los niños la mayor parte del día y de 6 a 9 de la noche estaba reservada a los adultos. La popularidad de esta instalación supuso que los arquitectos montaran tres sucursales más. Estas bibliotecas estuvieron activas hasta los años veinte del siglo xx.
Figura 1. Rivington St. Library, New York City (1919?). Fuente: Library of Congress
Figura 2. Hamilton Fish, children gathered around librarian, roof story hour (sd) Fuente: The New York Public Library Digital Collections.
Además de estas bibliotecas en las terrazas, Greenberg (2003, p. 183-188) menciona también las bibliotecas instaladas en los parques, mucho más tardías, hacia los años treinta. Según este estudio, la primera biblioteca en un parque en los EUA se instaló el año 1932 en Boston, como una manera de ofrecer distracción a los parados que, debido a la crisis del 1929, vagaban por la ciudad sin trabajo ni ocupación. Esta instalación parece que no tuvo mucho éxito, pero tres años después, en agosto de 1935, la New York Public Library abrió un Servicio de biblioteca en Bryant Park, el jardín posterior adyacente a la gran biblioteca, con la misma finalidad de ofrecer entretenimiento a las personas sin trabajo, un servicio de lectura calificado como «an eccentric little branch» por la revista New Yorker3. De esta instalación, se conocen algunos datos: los puestos de lectura eran los bancos del jardín y los libros estaban guardados en armarios móviles; disponían de abundantes revistas, novelas de misterio y del oeste, y se podía utilizar de lunes a sábado desde media mañana hasta media tarde. El servicio, convenientemente delimitado dentro del jardín, estaba a cargo de bibliotecarias y para utilizarlo no se requería ningún tipo de identificación ni acreditación. El primer año la biblioteca estuvo abierta hasta el mes de octubre y volvió a abrir en marzo siguiente. Según explica Greenberg, la experiencia había atraído una amplia variedad de público, pero pronto los asistentes habituales fueron los trabajadores en sus horas de comida; por esta razón el 70 % eran hombres y el público infantil era escaso. La iniciativa finalizó hacia el año 1944, cuando el estallido de la Segunda Guerra Mundial incrementó la ocupación. En el Bryant Park blog (2012) se informa, brevemente y con alguna imagen, de la evolución de este servicio. Esta biblioteca también se menciona en Johnson (2015, p. 206), obra donde se recogen imágenes insólitas de bibliotecas modernas instaladas (o no) al aire libre.
Figura 3. New York Public Library open-air reading room in Bryant Park . Fuente: The New York Public Library Digital Collections
Lo más sorprendente de la lectura de este capítulo sobre las bibliotecas al aire libre en los Estados Unidos es que cita, como antecedente de instalaciones para leer en un parque, las glorietas de los jardines del Parque de María Luisa de Sevilla construidas alrededor del año 1920. Esta no es la única referencia, ya que estas bibliotecas sevillanas al aire libre se encuentran también documentadas por Helen Morgenthau (1884-1974) en su obra Patio gardens sobre los patios andaluces y árabes. Esta botánica y amante de los jardines, que dedicó gran parte de su vida a viajar por los países del Mediterráneo, explica con sorpresa en esta obra que en España ha encontrado un ornamento único en los jardines: la librería al aire libre (out -of- door bookcase) (Morgenthau, 1929, p. 137). Describe su tamaño («they are four and a half feet high and less than two feet wide») y se complace en pensar lo agradable que debe ser leer bajo la fresca sombra de los árboles y el perfume de las flores, en lugar de hacerlo en «ill-ventilated libraries». Estas bibliotecas que tanto gustan a la autora son bancos con estanterías de obra, de cerámica, construidos en zonas del Parque de María Luisa como los que podemos ver en las fotos siguientes y que configuran lo que se denomina glorieta, unos espacios semicirculares, donde suelen desembocar los paseos del jardín. Sirvan de ejemplo la glorieta de Cervantes y la glorieta de Álvarez Quintero, que se encuentran dentro del parque y fueron construidas en el año 1916 y 1927, respectivamente. La prensa local (Piñero, 2015) ha comentado su uso en los inicios y también en la actualidad.
Figura 4. Glorieta de Cervantes (1916). Fuente: Archivo Serrano
Figura 5. Glorieta de Álvarez Quintero (1927). Fuente: Archivo Serrano
En una monografía ilustrada con magníficas fotografías dedicada al parque, García-Martín (1992, p. 101) documenta la existencia de estas bibliotecas dotadas con las obras de los autores homenajeados en la glorieta y de otros, como la glorieta de Gustavo Adolfo Bécquer, también en el mismo paraje, que contenía una construcción con estantes de obra como la que podemos ver en la figura 6, y que actualmente se encuentra en la sede del Servicio de Parques y Jardines de Sevilla, situado en el Pabellón de Marruecos, dentro del citado parque.
Figura 6. Estantería de la glorieta de GA Bécquer. Fuente: Cultura de Sevilla
Estas glorietas quizás son las más conocidas, pero otros prohombres disfrutaron de una glorieta dentro del parque con espacio para los libros: Rodríguez Marín, abogado de formación y estudioso de la literatura por vocación, y Benito Mas y Prat, autor costumbrista. En ambas se conservan todavía las hornacinas para los libros que se debían depositar, como en todas las demás, en posición horizontal (García Martín, 1992, p. 208).
Este tipo de construcción con estanterías y bancos de cerámica fue ideado por el arquitecto Aníbal González Álvarez-Ossorio (1876 – 1929), director de la Exposición Iberoamericana celebrada en Sevilla en 1929 y para la cual se diseñó el Parque de María Luisa. El arquitecto fue el responsable de la Plaza de España, cuya construcción duró des de 1914 hasta 1928 y se trata de la pieza emblemática del parque. La plaza, conocida por su espectacularidad -un semicírculo de 200 metros de diámetro-, respondía al estilo imperante de la época con artesonados, azulejos y cerámicas decorativas y elementos de hierro forjado. Rodeando el semicírculo, se construyeron 48 espacios delimitados con bancos, cada uno dedicado a una provincia española. La construcción incluía unas hornacinas con estantes, cuya función era contener los folletos y los libros informativos de cada provincia. Esta información contrasta con otras que otorgan a las hornacinas la función de estantes para libros, tipo biblioteca, pero resulta bastante más lógica la primera explicación si tenemos en cuenta cuál era la función de la plaza. Más creíble parece la creación y el uso como espacios de lectura de las plazoletas o glorietas que hemos mencionado antes. En el año 2014, en una acción reivindicativa del espacio, se instaló allí una biblioteca de carácter efímero (Barahona, 2014).
Otro ejemplo de bibliotecas en las zonas ajardinadas lo encontramos en las estanterías de obra para contener libros edificadas en el Parque del Retiro y en el Parque del Oeste de Madrid. Estas construcciones, fechadas en 1919 -por lo tanto, posteriores a la primera glorieta de Cervantes que hemos mencionado-, eran espacios para depositar los libros, «armarios» los denominan en un breve publicado en El País del 2 de noviembre de 1919 (p. 1). En este texto se advierte, sin embargo, que la iniciativa no és nueva, ya que en Sevilla ya existe una glorieta en la que se pueden coger libros del autor de El Quijote. En la figura 7 se puede observar cómo estas bibliotecas del Retiro eran construcciones sencillas, con motivos y letras decorativas, que tenían la función de contener los libros pero que casi seguro no propiciaban tanto la lectura como las glorietas con bancos.
Figura 7. Portada del diario ABC, 31 de octubre de 1919
La existencia de estas y otras bibliotecas, incluso algunas destinadas sólo al público infantil, nos llevan a pensar que en los años veinte y treinta construir bibliotecas al aire libre no era inusual, no sólo en España sino también a otros países, como lo demuestra el ejemplo de Lisboa, donde en el año 1922 se inaugura el Jardim da Estrela, la primera de estas bibliotecas al aire libre siguiendo el modelo de las glorietas del Parque de María Luisa de Sevilla (Melo, 2010, p. 66)4. Al igual que estas ciudades, Barcelona también tendrá sus bibliotecas al aire libre, en este caso en el paseo de San Juan.
3 Una biblioteca al aire libre: los bancos del paseo de San Juan
Figura 8. Banco biblioteca del passeig de San Juan (1930). Foto: Gabriel Casas. Fuente: Archivo Gabriel Casas. Archivo Nacional de Cataluña. ANC1-5-N-4084
Figura 9. Banco biblioteca del passeig de San Juan (1930). Foto: Gabriel Casas. Fuente: Archivo Gabriel Casas. Archivo Nacional de Cataluña. ANC1-5-N-4085
Las figuras 8 y 9 corresponden a dos fotografías de Gabriel Casas5 que muestran los bancos biblioteca del paseo de San Juan de Barcelona construidos en el año 1930, en el tramo de esta calle por encima de la Diagonal hasta la Travesera de Gracia. Recientemente, estas fotografías han sido incluidas en una interesante publicación sobre la relación de Barcelona con los libros (Segura, 2016) así como también en un estudio de carácter local sobre la planificación bibliotecaria en la comarca del Penedés (Comas, 2017)6. El tema también había sido comentado en el blog Barcelofília donde una entrada revisaba la creación y evolución de estos bancos, con las conocidas fotografías de Gabriel Casas, aunque sin citar su autoría.
Quien ha estudiado más a fondo estas bibliotecas al aire libre es el arquitecto Antoni González Moreno-Navarro, jefe del Servicio de Patrimonio Local de la Diputación de Barcelona (1981 – 2008), y una de las personas que más y mejor ha divulgado la historia del paseo de San Juan de la ciudad de Barcelona. De su monografía sobre esta vía (González, 2010 – 2011) proceden parte de los datos que exponemos a continuación sobre la construcción de estos bancos biblioteca.
Aunque Ildefons Cerdá en su proyecto para la construcción del Eixample de Barcelona, aprobado en 1859, ya proponía la ampliación del paseo de San Juan, no es hasta el año 1929, año de la Segunda Exposición Universal en Barcelona, que la calle se urbaniza hasta la Travesera de Gracia, tal como hoy lo conocemos. El Ayuntamiento en este paseo construye unos jardines que suponen una novedad para la ciudad y con gran aceptación por parte de los ciudadanos. Como explica Antoni González, la principal innovación del paseo fueron dos bancos biblioteca, es decir, bancos que sobre la parte central del respaldo disponían de hornacinas, unos estantes también de construcción con pequeños receptáculos cerrados con puertas de vidrio, dentro de los que se guardaban libros. Se trataba sólo de dos bancos situados a ambos lados del paseo, en el tramo más cercano a la Diagonal. Además de estos bancos, otros ocho fueron instalados a lo largo del paseo, más sencillos, con los asientos y los respaldos recubiertos de cerámica, sin espacios para los libros. Todos ellos se inauguraron el 9 de febrero de 1930, tal como informaba La Vanguardia en su edición del día 11 de febrero:
«Desde el citado monumento a la calle Provenza, están los bancos-bibliotecas en número de diez, construidos dos de ellos en piedra labrada y los ocho restantes en azulejos, y en su realización se ha tendido, tanto al aspecto ornamental como al logro de la máxima comodidad para el paseante, tanto por lo que se refiere al depósito de libros o biblioteca, de manejo simplísimo, como para ofrecer un lugar de grato descanso al viandante» (p. 8).
Los bancos biblioteca fueron diseñados por Félix de Azúa, arquitecto municipal de la ciudad de Barcelona, según consta en el proyecto firmado el 27 de julio de 1929 depositado en el Archivo Municipal Contemporáneo de Barcelona que se muestra en la figura 10:
Figura 10. Proyecto de F. de Azúa los bancos biblioteca en el paseo de San Juan . Fuente: Archivo Municipal Contemporáneo de Barcelona. N 790
Como puede observarse en las fotografías de Casas (figuras 8 y 9) y en el proyecto, el diseño de estos bancos era muy similar al de los bancos de las glorietas del Parque de María Luisa que hemos comentado al inicio. Seguramente, el arquitecto seguía la moda artística que se imponía en aquellos momentos.
La revista Imágenes, semanario gráfico de bella factura y corta vida, ya que sólo publicó veinticinco números entre junio y noviembre de 1930, se hizo eco de los bancos biblioteca con una entrevista a un encargado firmada por Ángel Pons y Guitart (1930, p. [5]). En la entrevista, el periodista califica esta «biblioteca pública» como una de las cosas más bellas y edificantes de Barcelona, aunque opina que los libros quizá son pocos y hay poca variedad. Explica cómo funciona y más adelante reproduce la opinión del «bibliotecario» responsable que se muestra muy satisfecho del servicio. El horario de estas bibliotecas era de nueve de la mañana a cinco de la tarde (no sabemos si continuado) pero el guardia es de la opinión que en verano se debería alargar porque «es cuando mejor se está que la biblioteca debe cerrar». A este comentario, el periodista añade el problema de los obreros que trabajan hasta las seis de la tarde y que, por tanto, tampoco la pueden usar. Sin embargo, parece que la usa bastante gente según comenta el guardián, sobre todo gente joven. Preguntado sobre la pérdida de libros, el guarda responde que no tienen ningún problema en este sentido, que «en contra de lo que muchos opinan de la incivilización actual» los libros se devuelven y se respetan. El artículo se acompaña de tres fotografías de Gabriel Casas en fotograbado, tipo de ilustración que caracterizaba la revista; en dos de las cuales -las figuras 8 y 9 vistas más arriba- se observa el tipo de público -niños, jóvenes y hombres- que gozaba de esta biblioteca. En una tercera imagen que reproducimos a continuación, figura 11, puede verse al guarda sirviendo un libro.
Figura 11. Guarda recogiendo un libro en el paseo de San Juan . Foto: Gabriel Casas. Fuente: Archivo Gabriel Casas. Archivo Nacional de Cataluña. ANC1-5-N-4083
Según un breve de La Vanguardia del día 8 de febrero de 1930 (p. 7), los guardas iban vestidos con uniforme, con gorra de plato y un brazalete con la palabra Lectura bordada para que el público los identificara. Tal y como relata el artículo de la revista, la manera de localizar los libros «era muy fácil, tanto para el lector como para el bibliotecario. En unos armarios de piedra, y señalados con unas letras del abecedario están clasificados los libros (…) Unos catálogos colgados encima de cada uno de ellos, donde busca el lector la obra que desea, ya sea buscándola por enumeración de materias, autores, o de obras. Cuando tiene lo que desea se anota el número que lleva y la clasificación de la letra al que pertenece. De este modo la operación se hace con una maravillosa sencillez”. No parece que fuera muy complicado localizar un libro.
Teniendo en cuenta la atención que prestan a estos bancos biblioteca desde la prensa, se desprendre que eran una innovación en la ciudad, una novedad puesta en marcha para la inauguración del tramo ajardinado del paseo.
3. El catálogo y los libros
Esta iniciativa que, como hemos visto, no era nueva en el país aunque sí en la ciudad de Barcelona, resulta interesante por el hecho de que disponemos de información sobre la colección de libros que contenía. El Ayuntamiento de Barcelona editó el Catálogo de las bibliotecas populares del Paseo de San Juan (1930), un volumen con el inventario de todos los títulos disponibles, clasificados por autores, títulos y materias, además de la lista de donaciones y las instrucciones de uso de la biblioteca.
Figura 12. Cubierta del catálogo de los libros de los bancos
Figura 13. Contracubierta del catálogo de los libros de los bancos
El catálogo se abre con una página de instrucciones para la utilización de la biblioteca y la explicación del orden de colocación de los libros en las estanterías. Esta hoja de instrucciones se repetirá al inicio de cada una de las clasificaciones bajo las cuales están agrupados los libros. En las instrucciones se expone la ordenación: en el lomo de los libros constaban dos etiquetas, una superior con el título y el autor, y una debajo con el topográfico, un número y una letra (A, B, C…) que indicaban la ubicación. Sólo los libros con la letra K debían ser pedidos y devueltos a la persona encargada del servicio, sin que se explique el motivo en el texto. El análisis de los libros identificados con la letra K no permite detectar preferencia por ninguna materia ni autor determinado; es posible que fueran libros más caros, más ilustrados o más solicitados como unas Historias de Andersen de la editorial Araluce o las Leyes del fútbol de Miguel Cabeza y algunos libros de texto.
En el catálogo, entre las listas de títulos, se intercalan sentencias sobre la bondad de la lectura («La lectura es, al mismo tiempo, trabajo, descanso y goce; si sabes leer y no lees, tú psicología y seguirá siendo la de un analfabeto») o de cómo comportarse (» La confianza que has merecido la Ciudad, debe pesar sobre ti más que cualquier norma sancionadora; si tratas con cuidado estos libros, contribuirás a la obra de cultura que la Ciudad realiza»).
Como ya se ha dicho, este catálogo contiene los libros clasificados por autores, títulos y materias. Cada obra sólo se describe en el catálogo de autores, aunque no siempre con todos los datos (tampoco incluye todos los títulos de las donaciones, como se pudo comprobar en algunos casos elegidos al azar). La ficha bibliográfica se encabeza por el apellido e incluye título, lugar de edición, año (no siempre), editorial, volúmenes y páginas. Junto a cada ficha, en dos columnas distintas, se observa en una de ellas un número (que probablemente correspondía al registro, que no se incluye en esta publicación) y en la otra, una letra que identifica el estante donde se encontraba la obra.
A la clasificación de autores, le sigue el catálogo de títulos, todos ellos ordenados alfabéticamente por la primera palabra, sea o no artículo, seguidos del nombre del autor y el número de tomos. El catálogo de materias agrupa las obras en diez apartados: novelas; aventuras y viajes; cuentos; poesía y literatura en general; historia; religión; filosofía y arte; ciencia; teatro, y biblioteca infantil. Cada una de estas entradas proporciona la misma información que el catálogo de títulos: título, autor y localización. En un recuento aproximado de los títulos de cada una de las materias apreciamos como las novelas son el género más abundante, seguido de los cuentos (no los infantiles). La biblioteca infantil está compuesta de medio centenar de títulos entre libros de conocimientos y libros de ficción. Entre estos, destaca algún ejemplar con ilustraciones remarcables (Peter Pan y Wendy de J. M. Barrie) y ejemplares de la Biblioteca Araluce y Muntañola. Evidentemente, hay algunos títulos de carácter moral (El caminito de la infancia espiritual, Flores y lágrimas o los Frutos de una buena y una mala educación) y, como corresponde al periodo de la Dictadura de Primo de Rivera, ninguno en catalán (aunque, sorprendentemente, sí veremos que los hay en la sección de adultos).
Los libros de estos bancos biblioteca provenían exclusivamente de donaciones institucionales, de editoriales y de algún particular. En la tabla 1 transcribimos la relación de los donantes, en el orden y con el nombre con que constan en el catálogo mencionado.
Donante | Número de libros |
---|---|
Diputación de Barcelona |
137
|
Cámara Oficial de la Propiedad Urbana de la provincia de Barcelona |
131
|
Unión de Asociaciones de Propietarios |
23
|
Asociación de Propietarios del Campo de Grassot |
30
|
Unión Municipal de la Propiedad Urbana |
8
|
Montaner y Simón |
50
|
D. Manuel Marín |
16
|
D. Santiago Vives |
5
|
Casa Subirana |
43
|
Henrich y Cía. |
17
|
Seix y Barral |
15
|
D. José Bosch–Librería Bastinos |
45
|
Editorial Juventud |
8
|
RR.PP. Misioneros, Hijos del Inmaculado Corazón de María |
16
|
Rdo. D. Carlos Salicrú Puigvert, pbro. |
10
|
RR. PP. Carmelitas |
5
|
Sr. Concejal D. Andrés Framis |
10
|
Srta. Concejala D. María López Sagredo |
3
|
Marqués de Casa Pinzón |
31
|
Tabla 1. Relación de donantes y número de libros de los bancos
En total, la colección contenía 603 volúmenes provenientes de diecinueve donantes. La relación de las donaciones indica el total de libros, es decir, volúmenes; si contabilizamos títulos, la oferta se reduce poco.
La aportación más cuantiosa corresponde a la Diputación de Barcelona, con una donación mayoritariamente de libros de divulgación aunque con algunas obras de creación en lengua catalana como Entre flames de Joaquim Ruyra, Pobrets i alegrets de Emili Vilanova, la obra completa del poeta Jacint Verdaguer (veintisiete volúmenes) y La papallona- L’escanyapobres de Narcís Oller. La Cámara Oficial de la Propiedad Urbana efectúa una donación similar en número, pero, en este caso, se trata mayormente de obras de ficción con presencia de títulos de la colección «Els nostres clàssics” entre los cuales Lo somni de Bernat Metge, Llibre de Amic e Amat de Ramon Llull, Disputa de l’ase de Anselm Turmeda, Contes i Faules de Francesc Eiximenis, el Llibre de les dones o spill de Jaume Roig y cuatro obras de Josep M. Folch i Torres. Entre las obras en castellano, sobresale Pierre Loti con catorce títulos y Armando Palacio Valdés con once. La Unión de Asociaciones de Propietarios regala veintitrés volúmenes de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. En la donación de la Asociación de Propietarios del Camp d’en Grassot7 localizamos algunos títulos de poesía de Antonio Machado, Rubén Darío, José Zorrilla, Lope de Vega y novelas populares como Los tres mosqueteros, Veinte años después y Sin novedad en el frente. Entre las ocho donaciones de la Unión Municipal de la Propiedad Urbana destacan dos obras de Narcís Oller: La papallona-L’escanyapobres y Pilar Prim en edición de Gustau Gili (1928).
Como es de esperar, en las donaciones de las editoriales predominan los libros de la propia empresa. Montaner y Simón proporciona obras de divulgación, entre otros Historia de América de Josep Coroleu, La vida en la América del Norte de Pablo Rousiers, Historia de la regencia de Gabriel Maura, y también libros de ficción como En familia de Hector Malot, Lord Jim de Joseph Conrad o una recopilación de Las mil y una noches. El editor Manuel Marí n regala los manuales que publica de química, física y geología, y Santiago Vives, también editor, dona algunos ejemplares de novelas románticas – Bodas de nieve, El marido de la Cenicienta, Corazón dormido, Los pretendientes de Miss Poker. Mucho más valor cualitativo aporta la donación de Casa Subirana con una serie de adaptaciones de Carles Riba, traducidas por Juan L. Eguía y editadas por Muntañola: El amanecer del mundo, La leyenda de los dioses, Las aventuras de Ulises, Las fiestas de Grecia y Roma, y también Cuentos populares ilustrados, seleccionados por Josep Carner. En la lista de donaciones de la imprenta Henrich y Cía. predominan libros poco especializados; en cuanto a novelas, destacan dos títulos de Emilia Pardo Bazán y un Don Quijote no adaptado, ya que se trata de una edición de más de novecientas páginas. Seix Barral provee la biblioteca del paseo con libros de historia y de divulgación infantil editados por su sello como El mar de Carlos Argüello. La editorial Bosch – Bastinos compone una donación muy ecléctica donde cabe Don Juan de Byron, obras de Quevedo y de Cervantes junto con libros de armas, de geografía, derecho, y un curioso Nuevas pruebas de la catalanidad de Colón a cargo de Luís Ulloa. La Editorial Juventud aporta un par de títulos de Zane Grey y otros autores de carácter popular, pero ningún libro infantil a pesar de tener uno de los mejores catálogos de este género (Baró, 2005).
En la donación proveniente de los Carmelitas, como se puede suponer, los cinco títulos son de carácter religioso – cuatro sobre Santa Teresa del Niño Jesús, además de El caminito de infancia espiritual. Los Padres Misioneros también se hallan en la misma línea, pero con un poco más de variedad, ya que sólo la mitad de los dieciséis títulos que regalan son sobre la doctrina cristiana y la religión católica.
En dos casos, las donaciones son de carácter particular y siempre son obras del autor. El sacerdote Carlos Salicrú dona diez ejemplares de Pentápolis?, una obra suya sobre moral, y la concejala Marina López Sagredo hace lo mismo con la donación de tres ejemplares de su obra Cuentos blancos. Destaca el lote obsequio del Marqués de Casa Pinzón, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona, que incluye títulos infantiles y juveniles (Peter Pan, Caperucita Roja, Tarzán), adaptaciones de la editorial Sopena y algunas aventuras de Buffalo Bill.
En conjunto, observamos que los libros que configuran estas bibliotecas de los bancos del paseo de San Juan no respondían a ningún criterio establecido; sin embargo, hay que reconocer que la colección, por ser tan ecléctica, cubría seguramente necesidades muy variadas de los posibles lectores: encontramos una gran diversidad de materias y, a pesar de la abundancia de la ficción, suficiente presencia de libros de carácter general. Por otra parte, en muchos casos se ha podido constatar que las donaciones eran de libros relativamente nuevos, ya que correspondían a ediciones de finales de los años veinte y la biblioteca se abre el año 1930. En cuanto a la cantidad de ejemplares, no consideramos nada insignificante la cantidad de unos seiscientos libros para una biblioteca de naturaleza provisional como aquella.
Podemos considerar los bancos bibliotecas como una buena iniciativa; sin embargo, llama la atención la existencia de esta propuesta sin tener en cuenta otras ofertas de lectura pública en su entorno, a poca distancia, más institucionales y, por tanto, menos efímeras. No podemos olvidar que el número 26 de paseo de San Juan se hallaba instalada desde el 1895 la biblioteca pública Arús, abierta al público general con un horario de mañana y de tarde (para facilitar el acceso a los trabajadores la biblioteca había abierto los domingos por la mañana, pero a partir de 1898, a causa la poca asistencia de público, dejó de hacerlo). Y en la calle San Pere més baix, un poco más allá del paseo de San Juan pero bastante cerca, puesto que se considera dentro del mismo barrio, se encontraba la Biblioteca de la Mujer, aunque reservada sólo a mujeres y que requería ser socio para usarla. La biblioteca popular Pere Vila, en el trmo inferior del paseo, a la altura del Arco de Triunfo, no se inauguraría hasta 1931.
A pesar de no disponer de datos estadísticos, las imágenes fotográficas y las noticias de prensa evidencian el interés que despertó la iniciativa. Además de los bancos con libros, en el tramo superior del paseo, próximo a la Travesera de Gracia se construyó en las mismas fechas un pabellón para la lectura de periódicos, diseñado también por el arquitecto Félix de Azúa que fue demolido en 1948. Los bancos biblioteca, que tanta expectación habían provocado, podemos suponer que no tuvieron demasiada fortuna en los años de la Guerra Civil ni los posteriores, y según el especialista Antonio González (2010 – 2011) fueron destruidos hacia los años cincuenta.
4 Conclusiones
Actualmente, como hemos apuntado al iniciar este artículo, muchas bibliotecas públicas llevan a cabo acciones pensadas para facilitar libros y lectura al aire libre. A lo largo de esta exposición, hemos podido ver que este interés por hacer más accesible la lectura (y agradable en según qué épocas del año) tiene sus precedentes en puntos de lectura instalados en los jardines. Entre los primeros, según nuestras referencias, se hallarían las glorietas de Cervantes y de Álvarez Quintero del Parque de María Luisa de Sevilla, construidas en los años 1916 y 1929, respectivamente, e ideadas por Álvarez- Ossorio, urbanista del parque y arquitecto de la’ Exposición Universal celebrada en esta ciudad en 1929 para la cual diseñó la Plaza de España con hornacinas para la colocación de libros. Posteriormente, podríamos añadir las bibliotecas construidas al aire libre en el Parque del Retiro de Madrid y en el paseo de San Juan de Barcelona, intervención que hemos estudiado en detalle.
Esta biblioteca del paseo de San Juan, a pesar de estar constituida por donaciones y, por tanto, sin un criterio sobre la colección disponible para los lectores, poseía un considerable número de títulos – más de seiscientos – con diversidad de temáticas y géneros. Destaca la oferta de estos bancos biblioteca por su cantidad, si tenemos en cuenta que las bibliotecas públicas de la Mancomunidad de Cataluña, creadas en los años veinte con una política de colección altamente meditada,8 se inauguraban con una colección que alcanzaba máximo 1.500 volúmenes y que muchas de las bibliotecas mantenidas por ateneos, parroquias u otras asociaciones con frecuencia contaban tan solo con un centenar de títulos. La posibilidad de disponer de un generoso número de títulos, cincuenta de los cuales para el público infantil, y una amplia selección de materias, con poca presencia de libro moral o religioso, era una excelente oportunidad para los lectores fortuitos. Además, como ya hemos apuntado, la colección también contaba con ejemplares de edición reciente. En esas consideraciones, hay que añadir el contraste existente entre que la cantidad de títulos de los bancos biblioteca en relación con la menguada oferta de las bibliotecas de Madrid, según lo publicado en su catálogo.
De acuerdo con los datos recogidos, sabemos que los bancos biblioteca de Barcelona no fueron una iniciativa aislada, y probablemente esta aproximación que presentamos se podría ampliar a otras localidades – el caso de Sitges citado en la nota 6 sería un caso de estudio. Igualmente, sería interesante conocer con detalle de qué libros disponían estas bibliotecas, estudiar a fondo los catálogos de Madrid y de los bancos biblioteca y ampliar información sobre estas bibliotecas y sus promotores con la consulta de archivos municipales.
Todas estas iniciativas, tan singulares en aquellos tiempos, son una muestra importante del interés de la ciudad para difundir la lectura, un interés que en la actualidad se ve reflejado en los diferentes modelos de bibliotecas al aire libre que, felizmente, llenan nuestros espacios de ocio y paseo.
Bibliografía
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Notas
1Este tipo de actividad no es exclusiva de las bibliotecas públicas. Cuando llega el buen tiempo, la Biblioteca Nacional de Cataluña ofrece la posibilidad de leer en el claustro donde tiene su sede con el programa «Libros en el jardín«.
2 En la página del Servicio de Bibliotecas de la Generalitat se puede encontrar la relación de este tipo de bibliotecas dentro del apartado «Bibliopiscinas y biblioplayas 2017«. El Servicio de Bibliotecas no ofrece datos estadísticos segregados para este tipo de biblioteca.
3«The talk of the town. Open-air”. The New Yorker (6 June) 1936, p. 9.
4 En Isla Cristina (Huelva) parece que también existían bancos biblioteca. En este caso, la breve información indica que la construcción databa de finales del siglo XIX. La suma de este caso, facilitado por el profesor Amadeu Pons (UB), nos lleva a pensar que, probablemente, los bancos biblioteca eran una construcción habitual en jardines y paseos y su construcción respondía a la corriente urbanística de finales del siglo xx. En todo caso, para confirmar esta hipótesis sería necesario llevar a cabo un análisis más amplio y exhaustivo que rebasa el alcance de este artículo.
5 Las fotografías que se conservan de estos bancos biblioteca y que ilustran este trabajo pertenecen al fondo del fotógrafo Gabriel Casas (1892 – 1973) depositado en el Archivo Nacional de Cataluña y accesible en el web creado por Lluís Saura, documentalista de este archivo.
6 En este estudio, además de la foto de los bancos biblioteca del paseo de San Juan que ilustra la cubierta, se’ incluye a la página 76 la imagen de los niños leyendo. La fotografía acompaña un comentario extraído del periódico L’Eco de Sitges (24 de junio de 1928) sobre el interés de M. José Casagemas, activista feminista casada con un habitante de la población, de ofrecer lotes de libros «para instalarlos en jardines públicos a beneficio de la niñez » de aquella población (p. 75). Comas apunta que estas eran «la clase de iniciativas lectoras que corrían por aquellos años en Cataluña», aunque no añade ningún otro ejemplo.
7 Camp d’en Grassot era una zona fronteriza entre el barrio de l’Eixample y antigua villa de Gracia, al este del paseo de San Juan. Actualmente es el nombre de un barrio dentro del Distrito de Gracia.
8 Sobre la política de colección de las bibliotecas de la Mancomunidad de Cataluña remitimos a la tesis de Jordi Llobet Domènech, Lectura y bibliotecas populares: modelo de colección y lectura en las bibliotecas populares de la Mancomunidad de Cataluña: desde 1918 hasta 1922 (2008).