1 Una introducción necesaria
Escribir unas líneas sobre el Tercer Sector Social siempre es estimulante y enriquecedor. Reflexionar sobre ello y adentrarnos en este tema es, además, necesario y casi una obligación. No tan solo por el papel que en los últimos veinte años ha ido conformando, sino también por todo lo que en el transcurso de ese tiempo ha sido capaz de poner de relieve, dar a conocer y visibilizar respecto a las desgarradoras realidades de muchas personas y colectivos, y también respecto a la tarea que el conjunto de organizaciones realiza para paliar necesidades sociales y hacer frente a las diversas situaciones de injusticias y desigualdades, para defender así el ejercicio de los derechos sociales de miles de personas y familias.
Pero, antes de entrar en estas cuestiones, quizá convendría saber algo más de lo que denominamos Tercer Sector Social y las organizaciones que representa.
A estas alturas casi nadie duda del papel que el Tercer Sector Social ha desempeñado en los últimos años, de la tarea que lleva a cabo y del lugar que progresivamente ha ido ocupando en el espacio y relación existente entre el estado, el mercado y la sociedad.
En esta relación, el primer sector, público, gubernamental y sin ánimo de lucro, y el segundo, privado y mercantil, lucrativo y no gubernamental, han visto cómo se dibujaba y construía un espacio diferenciado y con identidad propia. El fortalecimiento y la organización de la sociedad civil dieron lugar, en su día, a la formación de entidades y organizaciones desde la iniciativa social que dio origen al denominado tercer sector; aquel que engloba a todo tipo de entidades, asociaciones y fundaciones culturales, deportivas, sociales, medioambientales, de cooperación y de movimientos ciudadanos y vecinales. Dentro de este amplio sector encontramos el Tercer Sector Social, que aglutina y define a aquellas entidades y organizaciones no lucrativas, con vocación de servicio público, que trabajan por la inclusión y la cohesión social, prestan especial atención a los colectivos más vulnerables de la sociedad y se centran específicamente en las personas, sus familias y sus entornos de vida.
Hablamos de personas y de colectivos con dificultades para integrarse en sus entornos y comunidades, con dificultades para funcionar en igualdad de condiciones y de oportunidades que el resto de los conciudadanos; personas y familias en situación de pobreza, personas sin hogar, personas con discapacidad, personas con adicciones, personas inmigrantes, personas mayores, niños y jóvenes en situación de riesgo social, etc.
Si en un primer momento el Tercer Sector Social tenía su principal activo como prestador de servicios, de un tiempo a esta parte —seguramente acentuado por su proliferación, el ritmo de crecimiento, su alcance y compromiso social, entre otras razones— ha alcanzado una posición de cierto protagonismo en la promoción del bienestar social, la participación ciudadana y la presencia y el debate público en nuestras sociedades contemporáneas. A pesar de que muchas veces la realidad nos indica que este nuevo espacio todavía no está totalmente conquistado, y mucho menos consolidado, quizá, en parte, por un cierto temor de aquellos a quienes les cuesta aceptar el activismo y la capacidad de decisión que a la sociedad civil le corresponde, no se puede negar la fuerza y determinación del papel que el Tercer Sector Social ocupa en el desarrollo del bienestar y la cohesión social. Por un lado, en su función de articulación de las demandas sociales y del propio diseño, definición y desarrollo de las políticas sociales, y, por otro, en la implementación de servicios y recursos para dar respuesta a las necesidades sociales y los retos que se nos plantean en el día a día.
2 Una crisis económica y social: posiblemente un punto de inflexión
En el transcurso de los últimos diez o quince años, dos cosas, entre otras muy posiblemente, han marcado profundamente a las organizaciones sociales y al conjunto del Tercer Sector Social.
En primer lugar y de forma directa y desgraciadamente previsible, el alcance y los efectos de la pobreza y la vulnerabilidad. Los procesos profundos de cambio social y la crisis económica cambiaron definitivamente los perfiles y los límites de la vulnerabilidad y la exclusión social, que se han dejado ver de forma progresiva y dramática en los ámbitos de la salud, la vivienda, el mundo laboral y económico, el educativo, el personal, etc. Una realidad, pues, que se ha ido manifestando en diferentes espacios de desarrollo vital, decisivos todos ellos, como resultado de una compleja combinación de causas, y en la que todavía estamos sufriendo, y sufriremos durante bastante tiempo, sus principales consecuencias y secuelas.
Nos referimos a aquellas personas, grupos y colectivos que por el hecho de vivir distintas situaciones de dificultad o conflicto social no llegan a cubrir sus necesidades básicas de alimentación, protección y seguridad, salud, formación y acceso a los circuitos sociales normalizados y, por lo tanto, tampoco pueden participar de ellos. Y, por consiguiente, a veces, se les niega toda posibilidad de ser ciudadanos de pleno derecho y ser miembros activos en su entorno y participar e influir constructivamente en su comunidad. En definitiva, este conjunto de situaciones y factores de riesgo imposibilita y dificulta la inclusión y el acceso a los espacios y recursos materiales e inmateriales necesarios para la plena satisfacción de las necesidades sociales, personales y de desarrollo, requisitos, por otro lado, necesarios para el bienestar personal, psicológico y social de todo individuo.
Cada vez más durante los últimos años, las organizaciones sociales se han encontrado atendiendo y acompañando a personas y familias que vivían situaciones y procesos de empobrecimiento progresivo, crónico, que conducían de forma inequívoca a la precariedad vital, al aislamiento social y a procesos de anomia, en los que se hacía evidente la distancia entre expectativas y posibilidades reales de los individuos para desarrollarse de forma óptima y en igualdad de oportunidades que el resto de los conciudadanos. A la vez, las entidades han ido viendo cómo mucha otra gente, mayores y pequeños, y familias enteras se iban sumando a la lista de los desfavorecidos y necesitados. Eran los nuevos necesitados. Aquellos que han estado viviendo procesos lentos y perplejos de exclusión, precariedad y vulnerabilidad por primera vez. Nuevos perfiles y rostros que han visto cómo se tambaleaban bajo sus pies sus economías y, por consiguiente, sus vidas y las posibilidades reales de salir de esa situación. Ha sido, y todavía es, una pobreza emergente cada vez más vinculada a la normalidad y no a la exclusión social tal como la entendemos en su estado puro.
Este contexto de cambio social que señalábamos al inicio de este apartado, constante, acelerado y acentuado por una crisis económica que, lejos de ser puntual y coyuntural, ya hemos visto que ha tenido un marcado carácter estructural, ha determinado la evolución del ámbito social y de una nueva dimensión de las políticas públicas. Y además nos ha evidenciado, para aquellos que a día de hoy todavía no lo quieren reconocer, que ha sido una crisis social de primer orden a la que debe atenderse desde nuevos parámetros. En este sentido, la pobreza y la vulnerabilidad no se pueden medir exclusivamente desde perspectivas económicas y materiales, sino también desde lo intangible, desde la falta de oportunidades, el aislamiento social y las dificultades de acceso y oportunidades para disfrutar de los bienes inmateriales como el bienestar personal, la participación ciudadana, la cultura y la vinculación social.
Todo eso nos lleva a hablar de la segunda clave que, en mi opinión, ha marcado y caracteriza, de hecho, al Tercer Sector Social. El aumento de las desigualdades, la discriminación y situaciones de precariedad y vulnerabilidad a las que hacíamos referencia más arriba han generado un escenario de injusticia, conflictividad y fractura social que nos incapacita para crear cotas de bienestar personal, cohesión social y redes relacionales; y evidentemente eso tampoco garantiza la defensa de los derechos fundamentales de las personas y su dignidad.
En este escenario radica la necesidad de promover valores basados en la justicia y el bienestar social, en la equidad y la igualdad de oportunidades; en definitiva, valores que generen otros como la solidaridad, el trabajo colaborativo, el compromiso social. Desde esta lógica, la crisis ha supuesto un punto de inflexión, un antes y un después en la sensibilización, en la concienciación ciudadana, en la participación e implicación de otros actores sociales, cívicos y culturales, para hacer frente a unas dinámicas y unas inercias que parece no hay quien las pare.
Las políticas públicas tienen que dar respuestas a la diversidad de realidades que afectan a las personas, a su bienestar y a las posibilidades de realización personal y colectiva. Y en esta tarea no pueden ni deben estar solas. Necesitan de la complicidad, implicación y fuerza de todos los agentes sociales, de otras instituciones y de la ciudadanía en su conjunto. En la medida en que existan propuestas reales de colaboración y coordinación, basadas en valores de compromiso democrático, transformación social y corresponsabilidad entre la Administración, el Tercer Sector Social y otros agentes sociales y actores, estaremos algo más cerca de trabajar por la inclusión y cohesión social de forma más efectiva y sólida.
Tenemos que volver a fortalecer los vínculos sociales y las redes de protección informal que estos provocan. Las redes sociales y los vínculos personales cumplen un papel simbólico, cultural y psicológico, que genera espacios de protección solidaria y sentimientos de pertenencia a la comunidad. Estas realidades constituyen un elemento clave a la hora de explicar los mecanismos de contención de la vulnerabilidad y el aislamiento social.
Hacer frente a los efectos de esta crisis social es posible si invertimos en todo aquello que genera cohesión social. Hay que promover valores para transformar, hacer crecer y visualizar actitudes y acciones basadas en la participación, el compromiso, la transparencia y la honestidad. Todos estos valores permiten trabajar por una sociedad que tenga en cuenta la igualdad de oportunidades, la justicia social, la tolerancia para con la diferencia, etc. Eso puede conseguirse si trabajamos desde la responsabilidad, la solidaridad y el esfuerzo entre las personas y los grupos sociales fortaleciendo así nuestro capital social y creando comunidades que se impliquen en la transformación social, la corresponsabilidad y la cultura del bien común.
En todo ello encontramos la fuerza y el sentido del Tercer Sector Social. En torno a esas palabras, gestos, acciones y actitudes encontramos su ética y dimensión valorativa. El compromiso ético que apela a las grandes finalidades que persigue, que no son más que poner a la persona en el centro de todas sus actuaciones y garantizar su pleno desarrollo y el ejercicio de derechos.
3 Oportunidades desde la proximidad y el territorio: biblioteca pública y Tercer Sector Social, ¿una apuesta atrevida?
Hemos insistido en lo importante que es trabajar todo lo que afecta a las personas, atendiendo a aquellas cuestiones que condicionan sus vidas y las oportunidades de desarrollo. Y sabemos que la mayoría de las veces eso implica un trabajo desde las distancias cortas. Aunque los retos deben plantearse globalmente, no olvidemos que sus efectos se concretan en clave local, en espacios e historias particulares, en barrios y ciudades.
Los valores de los que habla y que defiende el Tercer Sector Social, como ya hemos visto, tienen mucho que ver con estas consideraciones, con intervenciones y miradas desde la proximidad y en entornos inmediatos de socialización, aprendizaje y convivencia. Así y desde esta perspectiva se tiene que sentir involucrada la sociedad en su conjunto, a partir de la gran diversidad de respuestas y actuaciones de agentes, recursos y servicios de dinamización comunitaria, cultural, social, educativa, vecinal, etc., básicamente en tres enfoques:
- Creando actividad humana, cultural y social para desarrollar al máximo a las personas, sus oportunidades y experiencias de éxito y satisfacción personal y social, con el objetivo de dignificar a la persona y su propia percepción, valoración y autoestima.
- Promoviendo y trabajando el apoderamiento y la activación de capacidades para que las personas y los colectivos se sientan sujetos y protagonistas de sus propias trayectorias de inclusión, proyectos de vida, potenciando sentimientos de pertenencia a la comunidad, y
- Haciendo visible y fortaleciendo la cultura de proximidad y su dimensión social a partir de proyectos, programas, equipamientos y redes como herramienta clave de construcción de valores, de transformación y cohesión social y de generación de vínculos sociales.
Sin duda es a partir de experiencias y buenas prácticas, muchas veces de ámbito local y desde una óptica de proximidad, donde se producen verdaderas acciones transformadoras para las personas, grupos y colectivos de una comunidad. Podríamos mencionar como un claro ejemplo de lo que estamos hablando, sin obviar otros muchos recursos y dispositivos existentes, las bibliotecas públicas y la tarea que llevan a cabo en sus barrios y territorios. La biblioteca pública es un espacio de socialización y proximidad, desde donde se contribuye a hacer comunidades más justas y solidarias, una ciudadanía más formada y más informada, indispensable para una sociedad justa, equitativa, empoderada y democrática.
Con esta voluntad y deseo de destacar el papel de la biblioteca pública, de clara vocación comunitaria y social, en 2014 nace la Fundación Biblioteca Social precisamente para visibilizar, por un lado, la tarea, sensibilidad y compromiso social de muchas bibliotecas públicas y de los proyectos que llevan a cabo con y en la comunidad y, por otro, para poner en valor, promover y potenciar la dimensión social que, en su esencia y razón de ser, tiene la biblioteca pública como institución.
Y en esa fuerza y convicción de las posibilidades y potencialidades que tienen estos equipamientos públicos en su trabajo diario y presencia en la comunidad, la Fundación Biblioteca Social se hace eco de ello y pone en valor el trabajo coordinado y en red que muchas bibliotecas y entidades sociales, aparte de escuelas y servicios de salud, entre otras muchas, realizan juntas para lograr mejor y de manera más sólida los retos que se plantean.
Y a medida que se realizan estas intersecciones comunitarias se están generando nuevas posibilidades y se evidencian que muchas de las características, valores y virtudes del ámbito de la biblioteca pública son a la vez del Tercer Sector Social. A modo de ejemplo podríamos señalar: el trabajo "en", "por" y "con" la comunidad; la importancia del hacer red y promover el trabajo colaborativo; la creación de espacios de aprendizaje y desarrollo personal y colectivo; la equidad en el acceso a los recursos y a los derechos de las personas a ejercerlos; la igualdad de oportunidades y la no discriminación y el trabajo para la inclusión y la cohesión social.
Estos valores conforman la apuesta atrevida que supone el trabajo desde la proximidad y en el territorio: uno de los valores más importantes del Tercer Sector Social. Estos, creemos, también, significan el compromiso social del trabajar en red con otros equipamientos, recursos y servicios, otros saberes y competencias. Son nuevos espacios de confluencia y experiencia compartida para crecer juntos, ir más allá y, seguro, llegar más lejos.
Bibliografía
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