Número 37 (diciembre 2016)

"Participar ¿en qué? Y ¿para quién?". Notas sobre participación y creación colectiva

 

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Antoni Roig

Profesor
Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación
Universitat Oberta de Catalunya

 
 

En su respuesta a Martin Butler a propósito de las "alianzas precarias" que conforman las culturas de la participación, el teórico cultural Henry Jenkins utiliza un título elocuente: "Participation. It's complicated" (Jenkins, 2015). Y, ciertamente, la tarea de precisar qué entendemos por participación y cuáles son las implicaciones de los discursos sobre la participación en los diferentes ámbitos de nuestra vida o, como es el foco de este monográfico, en el marco de las iniciativas creativas de lectura o escritura colectivas es ciertamente complicado.

En primer lugar, la retórica de la participación es omnipresente, pues se ha erigido en una especie de mandato cultural y ciudadano. Las plataformas de la Web 2.0 facilitan formas de cooperación y colaboración definidas en términos de participación. Además, son muchas las prácticas e iniciativas culturales que se presentan como participativas, hasta el punto de que una de las expresiones más popularizadas para referirse a la cultura contemporánea es la de cultura participativa, término propuesto precisamente por Jenkins. Pero existen muchas culturas de la participación y, consecuentemente, múltiples agentes con diferentes intereses y agendas, que entran a formar parte en procesos denominados de participación. Así pues, corremos el riesgo de banalizar la participación y convertirla en un término vacío de sentido, susceptible de ser aplicado a cualquier iniciativa en la que un conjunto de personas se sientan invitadas a "formar parte" de algo, sin entrar a considerar cómo, ni con quién ni para qué.

Desde esta óptica se puede ver la participación como una flexibilización del acceso, pero sin tener en cuenta quién tiene el liderazgo del control sobre los procesos y, por lo tanto, quién define las reglas, los tiempos y los términos de la participación (y en consecuencia la transparencia del proceso y el reconocimiento que se otorga a los participantes), quién es el propietario del hipotético resultado fruto de una colaboración, cómo se articula la toma de decisiones y, por tanto, qué impacto real tendrá la implicación de los participantes. Como indica Literat (2012), a veces el resultado efectivo de la participación se convierte en puramente simbólico, a veces, en una cortina de humo de otras finalidades definidas por los promotores de la iniciativa.

Esta es, por ejemplo, una de las características que configuran la visión clásica de la colaboración masiva (crowdsourcing), es decir, un ente promotor que genera una convocatoria masiva en la que se propone un reto para la resolución de un problema llamando a recibir contribuciones de cualquier persona interesada, con el fin de lograr la solución a un problema de forma efectiva y a bajo coste. No deja de ser al fin y al cabo la lógica de la Web 2.0, orientada, según Tim O'Reilly (2007), a "canalizar" la inteligencia colectiva a través de una "arquitectura de la participación" de los usuarios (el término ya denota una determinada posición de poder de las plataformas que proporcionan el servicio).

Esto queda muy claro con relación al control sobre el contenido generado por usuarios en plataformas paradigmáticas de la Web 2.0 como YouTube (Van Dijk, 2009; Kim, 2012; Morreale, 2014), y ha quedado recientemente en evidencia con la polémica sobre la censura con respecto a los contenidos de determinados youtubers, ejercida mediante la monetización de los vídeos. Es importante tener presente que muchas iniciativas presentadas como participativas responden, de hecho, a una lógica económica que tiende a formas de participación implícita, en las que los participantes aportan contenido, actividad e interacción (al fin y al cabo, datos), que son convertidos en valor para las empresas, preservándose intacto el desequilibrio en las relaciones de poder. A ello contribuye que participación acabe confundiéndose con otros términos como acceso, interacción o engagement, que se pueden considerar precondiciones para la participación (Jenkins; Carpentier, 2013), pero no participación en sí mismas.

Siguiendo a Carpentier, la participación en cualquier ámbito debería fundamentarse en las contribuciones de las teorías sobre la democracia (como Pateman, 1970), por lo que deberíamos poder identificar a la vez dos atributos básicos: la apertura del acceso al proceso objeto de esta participación y la presencia de una serie de mecanismos de toma de decisiones en este proceso, que tengan como objetivo contrapesar los desequilibrios de poder entre los participantes. Así pues, en un proyecto participativo ideal, habría una igualdad en las relaciones de poder en la toma de decisiones. Por el contrario, el acceso, la interacción (entendida como acción mutua entre diferentes agentes) o el engagement (entendido en términos subjetivos como invitación, implicación y sensación de empoderamiento con respecto a una iniciativa), serían condiciones facilitadoras pero en ningún caso suficientes ni equivalentes, ya que no se especifican las dinámicas de poder existentes (Jenkins; Carpentier, 2013; Dahlgren, 2011).

Estas reflexiones nos pueden llevar a querer ser excesivamente normativos y aceptar como iniciativas participativas solo aquellas que cumplan un conjunto de requisitos estrictos vinculados al acceso y el control sobre la toma de decisiones, apuntando a un ideal que, al igual que en el conjunto de nuestras sociedades democráticas, difícilmente se cumple. El propio Carpentier intenta abordar esta dificultad proponiendo una concepción amplia de lo que entendemos por "proceso de toma de decisiones", y estableciendo un continuo que va de formas de participación minimizadas a formas de participación maximizadas, donde encontraríamos los casos ideales (Carpentier, 2011). Por tanto, más que focalizar nuestros esfuerzos en qué es y qué no es participativo, Carpentier propone atender a este continuo en función de los grados de acceso y distribución del control y el poder entre los participantes. Y por supuesto, tener claro que habrá iniciativas presentadas como participativas que quedarán fuera incluso de los niveles más bajos.

Esto nos lleva a valorar procesos de negociación y de intercambio en un entorno en el que el poder, a pesar de ser desequilibrado, no es estable. Ya hace unos años Marshall (2002) definía el nuevo contexto como de "danza de caos y control". Así, como apuntan Jenkins y Carpentier (2013), diferentes tipos de colectivos como activistas, organizaciones informales o creadores independientes, utilizan las redes sociales como forma de dar salida a formas de expresión que puedan llegar a otras comunidades y amplificar su impacto, sacando provecho tácticamente de las posibilidades de difusión y visibilidad, y aceptando conscientemente las limitaciones y las concesiones en un proceso de intercambio, en el que se busca un punto de compensación.

Un caso paradigmático de esta búsqueda de un equilibrio, aunque sea inestable, lo encontramos en los fans, sobre todo los fans de la cultura mediática popular (sobre los que más se ha teorizado) y que, en algunos casos, generan contenido propio inspirado en sus libros, películas, series o personajes y celebridades preferidas (sean reales o ficticias). En su expresión más sofisticada, estos contenidos suelen estar vinculados a comunidades de interés en torno a un producto o ámbito cultural concreto (un género, una serie, una saga literaria) y en muchos casos responden a formas notables de organización participativa, con diferentes roles que potencian la legitimación y la calidad de lo que se produce (por ejemplo, mediante la colaboración entre autores de ficción de fans y revisores).

En este contexto, las bibliotecas tienen una misión extremadamente valiosa como espacios de aprendizaje informal y abiertos a la cultura popular de raíz literaria, sonora, audiovisual, interactiva o basada en el juego, que constituyen la fuente principal de estos tipos de fandom. Y los profesionales de la información adquieren relevancia por la necesidad de archivo, preservación y organización de la inmensa actividad de creación colectiva que tiene lugar alrededor del fandom y que se manifiesta en arte gráfico, ficción escrita, vídeo u otras formas de producción más instrumental, como tutoriales o subtítulos. Como ya se ha demostrado con algunas experiencias punteras, las bibliotecas pueden convertirse en un espacio perfecto para dinamizar el encuentro, el intercambio, la mentoría y la visibilidad de la creatividad en torno a formas participativas de expresión fan, contribuyendo a legitimar unas prácticas que tradicionalmente se habían situado en los márgenes de la actividad cultural reconocida, pero que han alcanzado en los últimos años una importancia creciente.

Muchos productores de contenidos han pasado de ver a los fans como un peligro para el control sobre sus propiedades a valorarlos como prescriptores y consumidores ideales, que contribuyen a mantener vivo el interés sobre las franquicias. Eso sí, buena parte de las iniciativas corporativas dirigidas a los fans a menudo se basan más en el acceso controlado, la interacción, el engagement y el estímulo del consumo, pero muy limitadas en cuanto a participación efectiva, en los términos que hemos expresado en este artículo. Por este motivo siguen siendo de gran importancia los espacios y las dinámicas que refuercen el reconocimiento, la colaboración y la participación lo más "maximizada posible" en nuestra cultura.

 

Bibliografía

Carpentier, Nico (2011). Media and participation: a site of ideological-democratic struggle. Bristol: Intellect.

Dahlgren, Peter (2012). "Reinventing participation: civic agency and the web environment". Geopolitics, history,
and international relations
, vol. 4, no. 2, p. 27−45.

Literat, Ioanna (2012). "The Work of art in the age of mediated participation: crowdsourced art and collective creativity". International journal of communication, vol. 6, p. 2.962–2.984. <http://ijoc.org/index.php/ijoc/article/
view/1531?utm_content=bufferd4508&utm_source=buffer&utm_medium=twitter&utm_campaign=Buffer
>. [Consulta: 21/11/2016].

Jenkins, Henry (2015). "Participation. It's complicated (A response to Martin Butler)". Butler, Martin; Hausmann, Albrecht; Kirchhofer, Anton (ed.). Precarious alliances: cultures of participation in print and other media. Bielefeld: Transcript, p. 33−46.

Jenkins, Henry; Carpentier, Nico (2013). "Theorizing participatory intensities: a conversation about participation and politics". Convergence: the international journal of research into new media technologies, vol. 19, no. 3, p. 265−286.

Kim, Jin (2012). "The institutionalization of YouTube: from user-generated content to professionally generated content". Media culture & society, vol. 34, no. 1, p. 53−67.

Marshall, P. David (2002). "The New intertextual commodity". Harries, Dan (ed.). The New media book.
London: British Film Institute Publishing.

Morreale, Joanne (2014). "From homemade to store bought: Annoying Orange and the professionalization of YouTube". Journal of consumer culture, vol 14, no. 1, p. 113−128.

O'Reilly, Tim (2007). "What is web 2.0: design patterns and business models for the next generation of software". MPRA Paper, no. 4578. <http://mpra.ub.uni-muenchen.de/4578/>. [Consulta: 21/11/2016].

Pateman, Carole (1970). Participation and democratic theory. Cambridge, UK: Cambridge University Press.

Van Dijk, Jose (2009). "Users like you: theorizing agency in user-generated content". Media culture & society,
vol. 31, no. 1, p. 41−58.

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